jueves, 1 de febrero de 2018

La mujer que come pipas

Es uno de esos barrios asolados por la crisis, en Mieres. Hace frío y luce el sol. Es un día triste de enero. La mujer, entre los 60 y los 70 años, aprovecha que esos rayos de sol alcanzan su ventana y está asomada a ella. Es un piso muy bajo. Si estirase la mano, podría tocar el marco de la ventana en el que ella está apoyada. Está comiendo pipas. Quizá estaba viendo la televisión (falta media hora para las cinco de la tarde) y, cansada de tanta tontería, se asomó a la ventana para despejar la cabeza y comer pipas. Tal vez las pipas sean el sustituto de ese café que tanto le apetece tomar y que, debido a sus problemas con la tensión, ya no puede. Tal vez sea una manera de engañar al estómago hasta la hora de la cena. Nos acercamos a ella y le preguntamos por la iglesia donde despediremos al padre de nuestra amiga. Nos indica el lugar con amabilidad. Como si eso, hablar con dos desconocidos, fuese lo más emocionante que le pudiese ocurrir en esta triste tarde de invierno. Seguimos nuestro camino y escuchamos el sonido de las pipas al romperse entre los dientes. Es el único sonido que rompe ese silencio que es parte esencial del paisaje. 
Somos ese tipo de personas que siempre llega con tiempo a los sitios. Cada uno tiene sus costumbres y ésta es una de las nuestras. Hacerlo así te permite atrapar en la memoria esta clase de instantes, fantasear con otras vidas, retratar silencios que definen escenarios y situaciones cotidianas. 

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