miércoles, 7 de febrero de 2018

La nieve, otra perspectiva

Antes, la nieve me evocaba mañanas de infancia, días sin colegio, muñecos con sombreros viejos y zanahorias por nariz hechos mano a mano con mi hermana en la terraza de la casa de nuestros padres. Aún puedo sentir aquel frío cortante en la cara, el olor del pelo de mi hermana (sigue siendo el mismo), las palabras de mi madre para que acabásemos pronto con todo aquello y nos metiésemos dentro antes de coger una pulmonía y de que mi padre regresase del trabajo.
Hoy, bajo esos copos que me han cogido por sorpresa lejos de casa (que si viene, que si no viene, la tormenta de nieve, y así llevábamos no sé cuántos días), no he recordado nada de todo aquello. Hoy he pensado en el mar, en el verano, en el calor. Lejos de este invierno interminable que, real y metafórico, nos está tocando vivir. Qué pesado. 
No quiero nieve, ni campos helados, ni muñecos de nieve con sombreros viejos y zanahorias por nariz, ni momentos que es imposible revivir. No quiero nada de eso ya. 
Quiero sentir calor en la piel. Quiero sentir el sabor de la sal en su piel, el del vino en su boca. 
Y estar lejos, lejos. 

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