viernes, 17 de junio de 2016

En una céntrica calle de Gijón

Una tarde cualquiera de este junio revuelto. Una céntrica calle de Gijón, con las sonrisas y las miradas de los principales candidatos a la presidencia del gobierno observándonos a cada paso. (No importa la calle, ni la ciudad, no hay tregua para librarse de esos caretos: ¡qué hartazgo!). Un hombre se acerca a mí. Tendrá una edad similar a la mía, aunque parece mayor. Va dignamente vestido y aseadoUn hombre normal y corriente. Me dice que si le puedo dar un euro. Apura un cigarrillo hasta que no da más de sí. Le digo que estoy en el paro, que no puedo dárselo. Me dice que no puede más con todo esto, que es para comprar un cartón de vino. Lo expresa de un modo sosegado, sin alterarse, con naturalidad. Como si me dijese la hora o me indicase una dirección que le hubiese solicitado. Lo que hace aún más triste, si cabe, la petición. Niego con la cabeza porque tengo un billete de diez euros y no es plan de dárselo, claro. Y me alejo de él, con cierto pesar por no tener un euro suelto. Si lo tuviese, se lo hubiese dado. Qué demonios. Escaparse de esta realidad que nos rodea por unas horas a cambio de un miserable euro me parece la manera más digna de sobrellevar toda esta hipocresía e impotencia. Y donde escribo hipocresía e impotencia podría escribir puta mierda, directamente

No hay comentarios:

Publicar un comentario