viernes, 13 de junio de 2014

Todo empieza hoy

Todo empieza con un llanto, un niño amoratado y una secuencia donde la sangre y el sudor de la madre y del hijo se confunden. Aunque tú, como es natural, eso no lo recuerdes. Forma parte de la historia que ellos, los padres, sobre todo la madre, nos irán contando a lo largo de los años. El nacimiento. Todo el camino recorrido por la madre, tan joven, hasta llegar ahí, a la mesa helada de una sala de partos, lejos de las ventanas de aquel hospital desde las que, años más tarde -cinco y medio, concretamente-, cuando nazca tu hermana, la verás a ella, a tu madre, con aquella niña diminuta en los brazos que ya antes de nacer tenía un nombre, el de su abuela paterna, muerta antes de cumplir los cuarenta. Ella, la madre, allí, tras los cristales de la habitación, con el bebé en los brazos, y tú, en la calle, de la mano de tu padre y de tu abuela, saludando -un poco triste por la distancia, todo hay que decirlo-, mirando hacia lo alto, deseando que la madre regrese a casa, que se restablezca el orden cuanto antes. El orden -vamos a llamarlo así- que ella misma creó desde el momento en que decidió traerte al mundo. Ella ya conocía lo inhóspito del mundo, a pesar de su juventud. Tú, evidentemente, aún no. Aún faltaba un tiempo para que lo supieras. No demasiado. A pesar de su protección. A pesar de sus intentos.
Por mucho empeño que pongan las madres, los hijos siempre terminan conociendo ese tiempo inhóspito. Ese tiempo que va y viene, que fluctúa. Nada es del todo blanco ni del todo negro, aunque a veces no lo veamos así. En el tiempo inhóspito, ese que va y viene, que fluctúa, la madre siempre estará ahí. No podrá hacer mucho para que el destino cambie su rumbo, si la época en cuestión no es demasiado buena, pero ella, la madre -repito-, siempre estará ahí. Escuchando en silencio, ahuyentando con palabras esos aspectos negativos que la vida con una obstinación y perseverancia inigualables se empeña en ofrecernos, haciendo el camino más agradable, más llevadero. Su presencia, con eso basta. Casi todas las madres son así. O igual me equivoco porque la mía siempre está y eso, quizá, me puede confundir. No lo sé.
La vida avanza a gran velocidad, y aunque no queramos mirar hacia atrás hay un día en que el orden que establecen las madres cuando traen sus hijos a este mundo empieza a dar lentamente la vuelta, y ahora eres tú, el hijo, el que debe hacerse cargo de él, del orden (vamos a seguir llamándolo así). Como si de una especie de relevo se tratase. Sobre todo, si aparece alguna enfermedad. Los años pasan y, pese a esa velocidad, a ese vértigo, eso sigue siendo un acontecimiento para celebrar. Estamos aquí, seguimos aquí. Lo demás, todo lo demás, es accesorio. Los años, que tantas cosas te arrebatan, si estás atento -conviene estarlo, conviene no despistarse-, te enseñan todo eso.
En este día de junio mi madre cumple sesenta y cinco años. Hoy, por fortuna, estamos aquí. El orden (lo llamaremos así, definitivamente), de un lado o del otro, en unas manos u otras, prosigue su ciclo. Hoy, casi a punto de empezar el verano. Hoy. Lo que cuenta. No quiero mirar hacia ningún otro tiempo, hacia ningún otro lado. Este día que ahora comienza es lo único que me importa. Y lo que ha contribuido para que los dos, madre e hijo, hayamos llegado hasta aquí, salvando todas esas trampas que siempre proceden del exterior. Hoy. Cuando, de alguna manera, todo empieza de nuevo.

1 comentario:

  1. Bufff, qué de recuerdos compartidos aunque vividos de distinta manera, no podemos negar que somos hijos de un mismo tiempo, todos nosotros, Ovidio, una vez más gracias. Yo también estuve una vez mirando una ventana de Maternidad en Oviedo desde el aparcamiento, pero la que estaba detrás de los cristales era mi abuela Elena, que se aferraba a la vida a pesar del diagnóstico y que vivió casi cuarenta años más, porque sus ganas de vivir eran el ancla que la impedía irse. Mi hermano nació 2 años y siete meses después que yo y era tan pequeña que no recuerdo nada, sólo sé que el segundo parto pillo a mi madre más preparada que en el mío, pero mira ella nunca ha contado nada de que lo pasará mal. Otras mujeres sin embargo, se empeñan en contar una y otra vez sus aventuras y desventuras de ese momento.

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