lunes, 31 de marzo de 2014

Entre el sentido común y el desvarío

El año pasado, en el abarrotado Salón de Té del teatro Campoamor, Rosa Regás ofreció una charla magistral sobre la situación de las mujeres y las desigualdades que aún padecen, sobre algunos de los motivos por los que hemos llegado hasta este desastre económico en el que nos hallamos, sobre política en general y sobre su propia vida y obra en particular. Alrededor de una hora duró aquella charla, donde las palabras de Rosa destacaban sobre un silencio generalizado y las luces que, procedentes del exterior, anunciaban la llegada de la noche: las luces de las farolas y las del propio teatro que resplandecían sobre las sombras del exterior y sobre el cabello rojo y los ojos vivísimos de una mujer entusiasmada con todo, ávida de conocimiento, con una sabiduría cercana, nada pretenciosa. Previamente, la actriz Charo López había leído un par de artículos recientes de la escritora sobre la injusta situación que sufren algunas mujeres en diferentes lugares del mundo por su condición femenina. Rosa acababa de ganar el Premio Biblioteca Breve con su excelente novela "Música de cámara". Y todos allí, coincidiendo o no con sus ideas políticas y con su manera de entender el mundo, escuchamos muy atentamente la charla y aplaudimos después con fervor sus inteligentes palabras, el coherente discurso. Ahora, justo un año después, publica "Entre el sentido común y el desvarío", una especie de breves memorias sobre los primeros años de su vida. La madre, el padre, los hermanos, los abuelos de un lado y del otro, la República, el exilio, la música, la escritura, las horas de estudio... Todo está apuntado de un modo sencillo pero firme, con la memoria alerta (no en vano, el libro está dedicado a sus nietos porque, según apunta, echar una mirada a su pasado es echarla también al pasado de esos nietos) y la contundencia del pensamiento a pleno rendimiento. Unas memorias breves y deliciosas, pese al exilio y a los aspectos negativos que vinieron después de aquel tiempo que duró la República, aquel sueño que se derrumbó violentamente. Y que lo trastocó todo.   
Declinando ya el domingo, termino de leer las últimas páginas del libro: el afán por la escritura y el fin de la infancia, de ese tiempo de inocencia, que diría Carme Riera en las espléndidas memorias que publicó el año pasado. Y lo hago después de ver "Enemy", la decepcionante película basada en la obra "El hombre duplicado" de José Saramago. Ni las atmósferas son tan inquietantes como el director pretende (la anterior, "Prisioneros", sí era una gran película, donde la historia y la atmósfera alcanzaban los planteamientos que perseguía), ni la historia tiene más sentido que el de ver -eso sí- la buena interpretación de Jake Gyllenhaal en su doble papel. Aunque es evidente que esa buena actuación no salva la película, desgraciadamente. Pienso, sí, que el título de la obra de Regás le viene de perlas a la película: siete palabras que la definen perfectamente. Entre el sentido común (poco) y el desvarío (bastante). Uno ya va sintiéndose mayor para según qué pretenciosos experimentos sin demasiadas explicaciones y con tópicos de lo más recurrentes o directamente absurdos (¡esa asociación madre-mujer con la famosa araña de Louise Bourgeois!), qué le vamos a hacer.
Me quedo, ya oscurecido el cielo por completo, con la prosa sencilla y evocadora de Rosa Regás, con su manera de entender el mundo, con esos recuerdos rescatados para deleite de los que leemos y apreciamos su prosa, su sabiduría, su lucidez. Su ansia por la cultura, por el conocimiento, que, en definitiva, también siguen siendo los nuestros.

1 comentario:

  1. Nunca olvidaré aquella tarde-noche lluviosa de Oviedo en el que Rosa nos dio una clase magistral. Tampoco olvidaré alguna de sus frases una en concreto que le decía un sacerdote en aquel colegio dónde estudio finalizada la guerra civil, un colegio que a pesar del momento que vivían, ella separada de su madre, siempre pensaré que la vida era de colores porque los niños sólo se merecen color. Aquel sacerdote les decía que cuando necesitasen una mano amiga no se olvidarán de mirar al final de su brazo, porque muchas veces nos olvidamos de que nuestro mejor primer amigo tenemos que ser nosotros mismos. ¡Grande Rosa y extrema su lucidez de anciana! Un beso Ovidio

    ResponderEliminar