martes, 17 de diciembre de 2013

Lo que queda

Cuando de algunas cosas importantes han pasado ya más de veinte años, pese a disponer de buena memoria, a uno se le van tambaleando un poco las fechas en la cabeza. Normal. Demasiados trajines, demasiados vaivenes, demasiados jaleos. Idas y venidas. Subidas y bajadas. Risas y melancolías. Pero no importa. Lo que cuenta es que prevalezca en la memoria el recuerdo de aquel tiempo que vivimos, que es nuestro, que nos pertenece, que lo hará hasta que dejemos esta tierra o la memoria nos nuble por completo el recuerdo, los recuerdos... El destino -o quien sea- no quiera que nada de eso ocurra demasiado pronto, toquemos madera. Pienso en todo esto estos días en los que La Santa, el local más emblemático de la ciudad, celebra sus treinta años de existencia (y de resistencia, me atrevería a decir), en los que, con la disculpa de la Navidad, nos encontramos con algunos de esos amigos que, por las circunstancias de la vida actual de cada uno de nosotros, no nos vemos tan a menudo como desearíamos. Los días pasan veloces, aunque a veces parezca lo contrario, y sobrevivir es el único argumento real de estos tiempos duros que nos están tocando vivir. Y sobrevivimos. Y lo hacemos recordando, que creo que no es mala manera de hacerlo. Recordamos todo aquel tiempo que era tan diferente al actual. Lo hacemos en la sobremesa de una comida, por ejemplo, mientras suenan las músicas que aparecen en las películas de Woody Allen. Inmejorable banda sonora para recordar aquel tiempo y hacerlo sin (demasiada) tristeza. Recordar muchas de aquella etapas incluso con alegría, poniendo en un primer plano las carcajadas y los bailes, el brillo que creíamos presentir en el horizonte, las promesas que nadie nos dijo que fuesen a ser incumplidas. Hemos llegado hasta aquí. Con eso debería ser suficiente (¡cuánta gente se fue quedando en el camino!), y sin embargo...
Una noche en La Santa o en La Real que fueron miles de noches. Una tarde en La Perla tomando vino malo que fueron miles de tardes y miles de vinos malos. Una mañana en los cafés, huyendo de las clases más aburridas (nunca huimos de las clases de Magdalena Cueto, pese a lo intempestivo de aquel horario: hacía tiempo que quería decirlo aquí), que fueron miles de mañanas. Un amanecer que descubrimos en compañía que también fueron miles de amaneceres. Lo que queda, que diría James Salter, ese autor que parece que han descubierto ahora cuando algunos ya teníamos sus libros, en aquel entonces, en ediciones hoy descatalogadas. Así es la vida.
Recordamos y no nos ponemos tristes. O sólo lo justo. Sí, lo justo. Con eso es suficiente. El tiempo ha pasado a la velocidad del rayo, un visto y no visto, como quien dice. Que hasta Jessica Lange declara que se va a retirar. Una serie, una obra de teatro, dos películas más, y adiós muy buenas. Eso dice. Parece que nos pasamos la vida despidiéndonos. Quedarán sus películas, sus series de televisión y aquella mañana, en el Niemeyer, donde demostró que las estrellas, las verdaderas, lo son por algo y que no hay cámara que consiga ocultar una belleza tan arrebatadora como la suya. La mejor actriz de su generación, con permiso de la Sarandon y por muchos acentos que se empeñe en imitar la Streep. Y quedará el trozo de vida que vivimos con aquellas películas, las suyas, y las de tantas otras. Todas aquellas noches. Jessica Lange y Sam Shepard, los dos, bajo el claro de la luna. Como los personajes, Frankie y Johnny, de aquella obra de teatro que vimos en una minúscula sala de Buenos Aires. Queda el talento de toda esa gente a la que admiramos. Eso siempre queda, ahora que a algunos no les queda ni la palabra que te dieron, ay...
No quiero que esto sea un balance, una huida a ninguna parte, ni nada parecido. "No quiero encerrarme de nuevo, quiero estar aquí, donde suceden las cosas que he ido perdiendo", dice un personaje de Soledad Puértolas (¡qué magnífico relato acaba de publicar en el último número de la revista Turia!) al que le ocurren muchas desventuras pero que siempre opta por agarrarse a la vida. Sólo una manera, como cualquier otra, de mirar hacia delante, sabiendo, sí, muy bien lo que queda. Lo que nos quedará. A nosotros, que somos los mismos de entonces y que ya no lo somos.
 
 

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