lunes, 7 de octubre de 2013

El hombre tranquilo

El azul de sus ojos, la tranquilidad de su carácter, el fino sentido de su humor... Son algunas de las muchas cosas que me gustan de él. No hay momento menor a su lado. Como no hay época mala por mala que sea la época. Uno ha buscado muchas cosas en la vida, muchas, y de pronto te das cuenta -a los pocos días de conocerle me sucedió- de que lo único que realmente necesitaba estaba allí, ante mis ojos. Con el azul de sus ojos, la tranquilidad de su carácter, el fino sentido de su humor. Con todo ello a mi lado, todo lo demás, por difícil que parezca, será posible, me dije. Y las risas, que no se me olviden las risas. Reírse de todo porque te das cuenta de que eso, las risas compartidas, es lo que nos hace más cómplices aún y lo único que importa a estas alturas. No hace falta más, ni siquiera palabras ya, con las risas nos conformamos. No importa que estemos en un banco recién pintado de esta ciudad o en el rincón más selecto y bohemio de París. No importan los escenarios (por mucho que nos guste disfrutar de todos ellos), sino la complicidad con la persona que los compartes. Si no existe esa complicidad, apaga y vámonos. Entenderse sin palabras, anhelar las mismas cosas y sonreír dulcemente si no las consigues, y no dar por perdida la batalla. Nunca. En ningún momento. Bajo pretexto alguno. Ya lo escribió Soledad Puértolas: "El amor es uno de los caminos más seductores que los humanos pueden emprender para vencer la desolación". Es una de las definiciones que más me gustan sobre el amor, una de las más hermosas y perfectas. La desolación de los tiempos, la desolación interior (cuando hace su aparición, ¡maldita sea!), la desolación que nos provocan las circunstancias o las personas en las que confiábamos y que nos han dado la patada de la manera más rastrera y vulgar (ah, la envidia...). "Completamente tú", que diría ahora Luis García Montero, para vencer a todas esas desolaciones. Tú, que hoy cumples treinta y ocho años. Y no estaremos en Londres, en Nueva York ni en Madrid, como en otras ocasiones. No importa. Lo digo en serio. Muy en serio. No es resignación ni conformismo. Es aceptar la realidad y disfrutarla porque en ella estás tú. Completamente tú, como dice el poeta, cumpliendo treinta y ocho años. El hombre tranquilo. Con el azul de tus ojos, la tranquilidad de tu carácter y el fino sentido de tu humor. Con todo eso, sí, es más que suficiente. No es conformismo: es sabiduría. Simplemente. La que aprendes con los años. Con las luchas y las decepciones. ¡Y bendito sea ese aprendizaje!
Comeremos, brindaremos, reiremos... Será un día especial. Porque las pequeñas cosas es lo que hace que lo días se conviertan en especiales, en únicos, ya lo he dicho muchas veces. Como especial es el olor de una manzana o de una hoja de menta que llega de pronto, inesperadamente, en medio de un trajín de coches y luces, de ruidos y voces, de niños y maletas. Y, de repente, ese olor lo cambia todo. El milagro de la poesía, que aparece cuando le apetece, sin pedir permiso a nadie. Y la tarde, con su lentitud y su aroma de verano que se resiste a desaparecer, irá cayendo sobre nosotros. Como un día más. Un día especial. Recibiendo  tus treinta y ocho años. En compañía. Y ya cansados, regresaremos a casa. Y cuando cerremos la puerta, sabremos que todo está bien. En orden. La hora de la tregua seguirá su curso.  

2 comentarios:

  1. Ya estoy llorando y yo si lo hago de envidia, de envidia cochina por estas palabras llenas de amor, de ternura, de poesía hacia la persona amada. Te envidio Ovidio, pero no por eso te apuñalaría, jamás, sino que te pondría una estatua o una calle. Un beso y otro para Iñigo, que la luz de sus ojos guíe vuestro camino, vuestros caminos. Todo lo demás no existe y además no importa.

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  2. AFORTUNADOS por compartir tanto amor y sentimiento. Cuidarlo. Cuidaros. Os deseo muchos días felices y cómplices.

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