jueves, 24 de octubre de 2013

Bibliotecas

Un viento muy cálido recorre las calles a primera hora de la mañana. El otoño sigue enredado en el verano. O quizá sea al revés: con los desajustes del tiempo, como con los de la política, uno ya no entiende casi nada. Aún no ha amanecido. Todo está oscuro y todo indica que acabará lloviendo. Estoy a las puertas -aún cerradas- de la biblioteca del Fontán. A mi alrededor, hombres mayores charlan entre sí, esperando a que se abran esas puertas para leer los periódicos. Algunos jóvenes, con sus pesadas mochilas al hombro y ensimismados con la música que sale de sus auriculares, aguardan también para entrar en la sala de estudio. Una mujer rubia, muy enjoyada (joyas baratas combinadas con alguna pieza destacable: los restos de un pasado glorioso, esa imagen tantas veces vista en los últimos tiempos), apura un cigarrillo cuyo olor llega hasta a mí, despertándome las ganas de encender uno, el primero del día, pese a que no suelo hacerlo hasta después de comer. El paisaje es un tanto extraño, aunque a mí no me lo resulta del todo porque ya he estado ahí, esperando a que se abran esas puertas, unas cuantas veces. Cientos de veces, sería más acertado decir. De repente, ocurre. Veo en la página web que el libro que quiero está disponible y me dirijo a la biblioteca, a esas horas tempranas, antes del paseo, incluso antes del café, para que nadie me lo arrebate. Creo que la Biblioteca del Fontán es uno de los edificios que más veces he pisado a lo largo de mi vida, a una hora u otra, en una época u otra. Buscando un libro concreto o necesario para algún trabajo o escrito, o dejándome llevar por el azar, pensando en qué puede aparecer en cada nueva visita, que está bien que el destino nos sorprenda de vez en cuando, a ver qué ocurre esta tarde o esta mañana, ahora -además- que no ocurren demasiadas cosas (buenas). No es poca sorpresa, aunque pudiese parecerlo, cuando descubro un libro que llevaba algún tiempo buscando y, de repente, mágicamente, está ahí, en una estantería, bien visible o un poco oculto, como si sólo me estuviese esperando a mí. Podría poner cientos de ejemplos. Y aún así me quedaría corto. La emoción de encontrar lo que andabas buscando. La emoción de hallarlo de un modo inesperado. La emoción, simplemente. Siempre tan poderosa. Hoy no es el caso: voy a tiro fijo. Y sé que, a esas horas, nadie me quitará el libro que tengo entre ceja y ceja. Madrugar, a veces, tiene sus ventajas.
El 24 de octubre se celebra el Día de las Bibliotecas, lo que sin duda está muy bien, pero, como ocurre con todos esos días en los que se celebra algo especial -el Día del Padre, de la Madre, de San Valentín, etcétera-, no se debe centrar sólo en ese día. Es un día que sirve para recordar que están ahí (como los padres, las madres o los enamorados), las bibliotecas, sobreviviendo a estos tiempos duros (también con sus clubes de lectura y sus encuentros literarios: pronto estaré en la biblioteca de Ventanielles hablando de mis libros, donde han tenido la amabilidad de invitarme), pero que el resto del año también están, en el mismo sitio, esperando visita, aguardándonos. Sé que es un tópico decir esto, pero hay veces que uno tiene que escuchar cada conversación... Que pienso que no está mal repetirlo. Este pasado verano, a la entrada de esa misma biblioteca, escuché a una madre decirle a su hijo que qué pesado se ponía con las dichosas visitas a la biblioteca, que a ver si se pensaba que tenía ella toda la mañana para estar allí buscando libros. El mundo, de cuando en cuando, da la vuelta, ya lo sabemos. El mundo al revés, qué pereza. Quizá la mujer en cuestión no tenía tiempo o tenía que ir a trabajar a toda prisa o qué sé yo, pero no me parecieron maneras de indicárselo a un niño de nueve o diez años que deseaba entrar en ese sitio donde a muchos otros les cuesta una barbaridad entrar, por no mencionar el hecho mismo de leer, como tantas veces me contaron otras madres en la librería en la que trabajaba antes de que la crisis terminase con ella. En fin.    
No creo que haya mejor manera de celebrar el Día de las Bibliotecas que entrando en ellas y sacando un libro. A partir de las ocho y media, nos encontremos en la estación del año que nos encontremos, con el tiempo desestabilizado o en su sitio, sus puertas ya estarán abiertas.

1 comentario:

  1. Precioso, como siempre.
    Hoy a primera hora cuando vi el título, pensé en las horas que pasé en la Biblioteca del colegio. Aquella espectacular mujer, MAESTRA con mayúsculas, hermana del Amor de Dios, nos enseño a amar la lectura, a respetar el silencio, a compartir el espacio. Creo que si me pongo todavía recuerdo el olor de aquel espacio con aquellos libros... Les debo a mis padres el haber hecho de los libros y de la lectura algo cotidiano, pero a Sor Inmaculada le debo el haberme descubierto el enorme placer de escuchar el silencio mientras leía, trabajaba o estudiaba en la Biblioteca de mi cole. Gracias a todos por lo que me habéis dado!

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