lunes, 28 de octubre de 2013

Las malas luces

La vida da tantas vueltas y pasa por tantas etapas que sólo el hecho de pararte a pensarlo produce un vértigo importante. Sobre todo, si te paras a pensarlo un domingo, uno cualquiera. Hoy mismo, agotándose octubre, cuando el cambio de hora ya hace más que evidente el cambio de estación, pese a los calores y el bochorno y la amenaza constante de lluvia y de viento. Aún no son las ocho de la tarde y la oscuridad se mueve a sus anchas al otro lado de la ventana, dominándolo todo. Como el misterio sigue dominando la noche o la mirada que nos observa. Pocas luces están encendidas en el edificio de enfrente. La gente aprovecha los domingos para pasear por el campo o para pasarse el día en la cama o en el sofá, leyendo, escuchando música, o lo que surja, que siempre surge algo, estés o no acompañado (mejor si lo estás, claro).
No son las ocho de la tarde y la muerte de Lou Reed me sorprende leyendo la última novela de Carlos Castán, "La mala luz", a este lado de la ventana. Creo que tanto a uno como a otro les gustaría la coincidencia. Creo que a Carlos le gustará la coincidencia. Los estados del alma que atraviesan al personaje principal de su novela no combinan mal con algunos de los temas del genial Lou. Estoy hablando, por si aún no quedaba claro, de poesía. En ambos casos. En cualquiera de sus formas. Lou era un genio, simplemente, pasease por el lado de la vida que pasease, que por todos debió de hacerlo. Lou, otro genio que se ha ido, un domingo triste, tal vez como todos los domingos, un día imperfecto, recordándonos un Nueva York, el de los setenta, que -desgraciadamente- no vivimos. Y Castán es un escritor formidable cuyos pasos sigo desde aquel "Museo de la soledad" (un clásico reciente). Ah, la soledad. Y el vacío que dejan algunos amores, el desgarro, la melancolía: todo ese lado salvaje. Casi tan salvaje como aquel por el que se paseaba Lou. La nada, que parece presentarse en todo su esplendor cuando el ser amado desaparece de nuestras vidas, ¿quién no ha conocido ese sentimiento? La novela de Castán, entre otras cosas, va de todo eso. Las heridas, el vómito, las ganas de tirar la toalla, de visitar cementerios, de encerrarse en habitaciones de hotel que nos hagan olvidar lo que nos rodea, de abandonarse... Sea como sea. Sin embargo, una luz -acaso no tan mala como la del título- continúa presente en el camino, por pequeña que sea, por trémula que se sostenga. Esa luz -acaso no tan mala como la del título- que nos hace avanzar como el hombre que maneja las marionetas hace lo propio con los hilos que sabiamente domina desde lo alto. Arriba y abajo. Sin descanso. Con cansancio, quizá. Nadie dijo que los años fuesen a hacerlo más fácil. El amor puede ser maravilloso (y de hecho, lo es: ¿quién se atreve a decir lo contrario?), pero también sabe rodearnos el cuello con sus cuerdas más afiladas cuando le viene en gana. Y dejar en la piel un montón de huellas imborrables. Heridas que el tiempo se encargará de cicatrizar pero cuya sombra nos perseguirá mientras estemos vivos. Mientras estemos vivos, sí. Y riamos, y lloremos. O hagamos las dos cosas al mismo tiempo, reír y llorar, que también puede ser.
Lou Reed ha muerto y, haciendo honor al tópico, podremos decir que nos quedará su música. Y las noches -tantas, tantas- en las que la aguja se ponía una y otra vez sobre aquellos viejos discos hasta que se rayaban y el amanecer nos sorprendía con la garganta reseca por el alcohol y el tabaco, y los ojos rojos (de dolor o de gozo, qué más da: entre las sábanas, a veces, no se alcanzan a diferenciar ambas cosas).
Nos quedará la música de los poetas que amamos y que se están yendo como si alguien los estuviese echando a cajas destempladas de este lugar que a veces recuerda al paraíso y otras, al dichoso infierno. Nos quedará la música, sí. Y la literatura de esos autores a los que seguimos. Autores como Carlos Castán que, en esta magnífica novela suya, la primera, donde la soledad, el desasosiego, las ilusiones, la melancolía y el amor (pese a todo) hacen que comprendamos que la vida, la que merece la pena, reside ahí, en esos conceptos, en el riesgo, un día perfecto o imperfecto, como el de hoy, cuando Lou Reed dejó esta tierra para siempre pero su leyenda permanecerá mientras estemos vivos y tengamos memoria, y podamos decir (o escuchar), como hizo el propio Lou, I love you.    

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