miércoles, 4 de abril de 2012

Redención

La mujer vivía en el piso de al lado. No era hermosa ni sofisticada, como Fanny Ardant, aquella otra mujer de al lado, retratada por Truffaut hace ya unos cuantos años, pero tenía los ojos bonitos. Bonitos y tristes. El marido, rudo y atractivo, con esas manos estropeadas de quien echa muchas horas al volante, se pasaba mucho tiempo fuera de casa, trabajando. Cuando volvía (muchas veces, en plena noche, como por sorpresa), de tarde en tarde, se podían oír las risas tontas, los coqueteos y los gemidos de placer que siempre provocan los reencuentros amorosos. Luego, sin demorarse mucho, llegaban las palabras altas y malsonantes. Las discusiones y los portazos. Y quién sabe qué más cosas podían suceder en aquella habitación del fondo en la que se encerraban y de la que ya sólo llegaban los sonidos difuminados y entremezclados con los sonidos de la televisión encendida. Ah, el misterio de las puertas cerradas. Él se marchaba más pronto de lo esperado y ella se quedaba llorando. Aquel llanto se podía escuchar nítidamente. Días más tarde, en el portal, los vecinos comentaban cosas: quizá exageraban la situación, quizá se quedaban cortos, quién sabe. Es mejor no meterse en ese tipo de conversaciones. Huir de ellas como de un mal sueño. Los resortes de la memoria siempre son misteriosos y recuerdo todo esto viendo "Rendención", la durísima película de Paddy Considine. En ella, la protagonista, Olivia Colman, es una mujer todavía joven, profundamente religiosa, que trabaja en una de esas tiendas de segunda mano que tienen de todo y está casada con un hombre de aspecto desagradable que resulta ser un maltratador en potencia que la somete a las peores y más deleznables vejaciones. (Hay una escena donde él orina sobre ella que resulta particularmente insoportable por el nivel de degradación que una persona puede someter a otra y por el miedo que ese sometimiento provoca). Él, el protagonista, Peter Mullan, está alcoholizado, es violento y sufre por la pérdida de su mujer, acaecida cinco años atrás. Se encuentran. No hay historia de amor. No mientras dura la película, al menos. Lo que venga después, tras todo lo que ocurre, está en la mente de cada espectador. Hablan, se miran: entienden que, detrás de esas palabras y esas miradas, hay mucho dolor, mucho sufrimiento. La vida misma. Esa vida que todos sabemos que nunca es perfecta, por mucho que se intente. Las cosas no van bien, en general, y los dos lo saben. Ella dice que se siente protegida a su lado. Y él busca la sonrisa de ella porque le ayuda a calmarse. Siempre, aunque nos cuesta admitirlo, surge un pequeño bálsamo en medio de las desgracias. Y a él hay que aferrarse como si fuera el último de los actos permitidos. La tragedia, en la película, sucede: es inevitable. Pero aún hay espacio para la esperanza, pese a todo. No cuento más, por supuesto: hay que verla. De la historia de la mujer de al lado, la que no era Fanny Ardant en la película de Truffaut, tampoco puedo decir mucho más. No sé qué fue de ella, de su vida. Sé que un día se marchó y no supe más. Ni rastro. También sé que antes de marcharse ya se había separado de aquel marido de aspecto rudo y atractivo que se pasaba muchas horas al volante y que a veces se presentaba en casa, por sorpresa (¿sorpresa envenenada?), a medianoche. Desconozco más datos. Quiero imaginar que fue así, que él se marchó y que nunca volvieron a encontrarse. Pero ya sabemos que lo que uno desea o imagina no se corresponde, lamentablemente, con la realidad. Quizá, sí, sus ojos dejaron de estar tristes y pueda decirle a alguien, como el personaje de Olivia Colman, que se siente protegida a su lado. Prefiero imaginarla así, esté donde esté.

1 comentario:

  1. La cobardía de un hombre aumenta, a medida que maltrata a una mujer.

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