Abres los ojos y sientes todo el peso del mundo en lo párpados. Te levantas, haces café, le pones comida y agua a la gata, te preparas y sales a la calle. Parece que no está tan frío como en estos últimos días, aunque el tiempo no te permita quitarte el abrigo. No llueve. Al sol le cuesta salir: aparece y desaparece. Aún es temprano y las calles están prácticamente vacías. Algunos jóvenes regresan aún de la noche del sábado. Compras el periódico y te sientas en una terraza, pides un café mediano, abres el ordenador y, de repente, casi por casualidad, descubres que un ejemplar de tu último libro está en un lugar del Reino Unido del que no has oído hablar demasiado, Guernsey. Miras en Internet. Es un isla que forma parte de las Channel Islands y está más cerca de la costa francesa que de la inglesa. El vuelo desde Londres es de unos cuarenta y cinco minutos, tiene pocos habitantes, y no parece que haya mucho ajetreo ni turismo en ella. Las imágenes que se muestran son bonitas. Parece que la vida allí es tranquila y sosegada. ¿Cómo ha ido a parar tu libro a una librería de ese lugar, Guernsey? ¿Qué extraño viaje tuvo que recorrer hasta llegar allí? Preguntas que no puedes evitar hacerte. Preguntas sin respuesta. El libro cuesta veintiseis euros con treinta y nueve céntimos, once euros y pico más caro que aquí, y de los gastos de envío se hace cargo la librería, que señala que en cuarenta y ocho, si realizas el pedido, lo tendrás en tu casa. La duda se quedará ahí, envuelta en un halo de misterio que podría dar para escribir un relato corto y repleto de sugerencias. Uno de esos relatos en los que lo que se cuenta es tan importante como lo que no se cuenta. Quién sabe si algún día lo escribirás. La literatura, la propia y la ajena, no es más que eso, extraños viajes, historias, escritas y sin escribir, que van y vienen a su aire, que te escogen o te dejan. ¿Cuántas veces hemos dejado de lado una historia que nos parecía buenísima y la hemos encontrado, mucho tiempo después, leyendo un libro que cayó por casualidad en nuestras manos? Cosas que pasan. Y que aún, tantos años después, siguen sorprendiendo de la misma manera. Dejas abierto el ordenador en esa página donde has descubierto este hallazgo (Íñigo llegará en breve y le gustará echarle un vistazo) y abres el periódico. Ahí está, otra vez, una noticia que viene en él y que no te apetece nada leer. Lo han vuelto a hacer: han abierto de nuevo la bocaza para atacar la homosexualidad. Ahora le ha tocado el turno al Obispo de Alcalá. Qué cansancio. No respetan nada ni a nadie, ni siquiera la Semana Santa, de la que, por cierto, tantos devotos gays hay. Las mismas palabras ofensivas y dañinas, el eterno discurso, esa perorata más vieja que el hambre. Las misma falta de consideración y de escrúpulos. Buf, buf y más buf... ¿Para qué pensar en esos niños acosados por sus compañeros de pupitre, en esas madres y padres que tienen hijos homosexuales y que están ahí, en sus misas, porque creen en la palabra de Dios? El hartazgo que me provoca esta gente ya alcanza cotas insospechadas. Es domingo, es temprano y no quiero ponerme de mal humor ni que mi tensión arterial se dispare. Cierro el periódico y decido divagar con la historia de cómo llegó mi libro hasta esa isla del Reino Unido. La historia de ese extraño viaje. Otro más. A lo lejos, sin esforzarme mucho, puedo ver los parajes de esa isla que he visto hace un rato en el ordenador. El cielo iluminado, los faros con reminiscencias hopperianas, las playas tranquilas, los bosques solitarios... Sí, parece que, como mi libro, ya estoy allí.
¡Qué cosas! yo también sé dónde está la isla de Guernsey gracias a un librito que leí muy chulo, entretenido para una de las tardes de esta Semana Santa endiablada de tiempo "La sociedad literaria y el pastel de piel de patata de Guernsey" Los protagonistas de este libro estaban inmersos en otra guerra, no como las nuestras contra los obispos, los intransigentes, los oscuros... pero una guerra al fin y al cabo. También en los libros que me he leido este fin de semana había guerras. En el último de Almudena Grandes, la guerra de siempre, la nuestra, la que no hay que olvidar por todos los que todavía duermen en las cunetas, olvidados? no, recordados, vivos en nuestra memoria. Grande Almudena. Me he emocionado hasta el infinito cuando Nino descubre en casa de Dña Elena, en una librería hecha con cajas de fruta, la colección de libros que ella tiene y que generosa, pone a su disposición. He llorado imaginando a ese niño canijo mirando todos los títulos e imaginando todas las aventuras, todos los mares, todas las vidas que le iban a llevar a vivir, visitar, ... con su lectura. Y otra guerra la de "Mi hermana vive sobre la repisa de la chimenea" como dos niños Jamie y Sunya son capaces de superar todas las diferencias religiosas, todas las barreras para vivir una amistad verdadera.
ResponderEliminarBuff! cuántas realidades y cuánta literatura.
Pues yo acaba de descubrir la isla. Como tantas otras veces, viajo en tus palabras, camino por las playas tranquilas y, como tú, por los bosques solitarios. No quiero pensar en esa noticia que salió ayer y que nos puso de tan mal humor. Que cuiden su cortijo y dejen al resto en paz. De diez, amigo.
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