Señor Obispo,
La educación y el respeto son dos pilares fundamentales en mi manera de relacionarme y moverme por el mundo. Soy implacable con eso, pero -créame- me cuesta muchísimo mantenerlos con usted cada vez que suelta una de sus lindezas por la boca contra nosotros, los gays (y no sólo contra nosotros, sino contra nuestros familiares y amigos y demás personas que nos respetan tal y como somos: contra la mayor parte de esta sociedad, por otro lado, después de muchos años de lucha por defender y mantener nuestros derechos, que nadie regala nada, como bien sabrá). Pero seguiré haciéndolo, mantendré la educación y el respeto porque para exigir una cosa a los demás también uno tiene que ofrecerla. La verdad es que lo que usted no ofrece es tregua alguna. Después de las declaraciones que una televisión pública le permitió decir, ahora se permite el atrevimiento de recomendarnos ir a terapia para curar nuestra sexualidad. ¿Qué será lo próximo? Deje, deje, no me conteste. Habla usted de terapias, esa palabra que siempre lleva implícito algo oscuro y siniestro cuando sale de sus bocas. Déjese de monsergas y tonterías, haga el favor. O hágaselas saber a sus seguidores (aunque tampoco le vendría mal recordar que algunos de ellos son gays o padres o abuelos o amigos de gays, no lo olvide), en sus púlpitos y no a la mínima ocasión que tienen de ponerse delante de un micrófono. Aquí lo que hace falta, tantos para homosexuales como para heterosexuales, es trabajo. Sí, ha oído bien: trabajo digno y remunerado. Digno y remunerado, repito. Levantarse cada mañana y cumplir con tus obligaciones y no estar siempre pendiente de si podrás pagar tus recibos porque se acaba tu prestación del INEM y no aparece nada de trabajo, como le está sucediendo a tanta gente que ha tenido que dejar sus casas para volver a la de sus padres (caso de que aún los tengan), con familia o sin ella, y vivir de la miserable pensión de los mayores. No sé si está usted al día de estas cosas, las que realmente importan (o deberían de importar). Éstas son las situaciones lamentables. Más que eso ya: trágicas, como le cuento, en numerosos casos. Y no, como -erre que erre, una y otra vez, sin rastro de tregua- se empecina usted en repetir, fomentando con sus palabras el odio y el desprecio, que si un hombre vive (o se acuesta libremente) con otro hombre o una mujer vive (o se acuesta libremente) con otra mujer, se hayan conocido en esos clubes de los que usted habla (donde, por cierto, nadie obliga a nadie a estar allí o a hacer lo que no le apetezca, mucho cuidado), en un cine o en medio de un parque soleado y lleno de gente. No le voy a contar mi vida, no se preocupe, no es el momento. Aunque si lo hiciese, si se la contase, le estaría contando la de la mayoría de nosotros, gays y lesbianas que hemos sufrido el escarnio, la persecución, los golpes y los insultos simplemente por ser como somos, por tener una sexualidad con la que hemos nacido como hemos nacido con los ojos marrones o azules, las manos grandes o pequeñas, o el pelo rubio o castaño y de la que, por supuestísimo, no nos avergozamos ni tenemos por qué hacerlo, diga usted lo que diga. Escarnio y persecución que aún sufren muchos de ellos en numerosos lugares del mundo donde imperan palabras y actitudes tan reaccionarias como las suyas. Por eso le pido encarecidamente que deje de meterse con nosotros, que avance un poco, que se dedique a otras cosas (hay mucho a lo que dedicarse, no se preocupe), que respete al mismo nivel que usted exige ese respeto para sí mismo y sus colegas. Hay muchos jóvenes que todavía sufren el acoso de sus compañeros por ser gays (aún cuando ni siquiera saben muy bien que lo son, ni mucho menos se han acostado con nadie), como durante años lo he sufrido yo y tantos de nosotros. Piense en ellos, sobre todo en ellos. Un adulto, desde la educación y el respeto del que le hablaba más arriba, siempre puede defenderse. Ellos, no. Y usted lo sabe perfectamente. Como sabe que hay cosas mucho más importantes a las que dedicar su tiempo y que por hacerlo en éstas que parecen obsesionarle hasta límites insospechados, tantas personas creyentes se están alejado de ustedes y de sus peligrosos discursos. Sólo tiene que descender de su ensimismamiento y escuchar la voz de la calle.
Atentamente,
Ser gay o lesbiana no conlleva ninguna imposición, ni te meten miedo con pudrirte en el infierno (infierno que desde luego está en ésta vida, la única que tendremos). Ser homosexual es ser por encima de todo: ser humano, cosa de la que no pueden presumir muchos de los que juegan en el equipo de la iglesia.
ResponderEliminarOvidio, un hombre de tu talento no sé para qué pierde el tiempo escribiendo cartas a los obispos, deberías mandársela directamente a su cabecilla, el papa, y también a los de otras religiones, como la musulmana, que tampoco respetan los derechos de las mujeres, tengan relaciones con otras mujeres, con hombres o con nadie. Enhorabuena por tu fantástica labor divulgativa, estoy deseando leer tu nuevo cuento.
ResponderEliminar¿Acaso importa lo que diga un pintamonas como este obispo retrógrado? En efecto, Ovidio,no pierdas tu tiempo ni tus energías en tratar de entender lo que diga un mamarracho como éste. Si sus majaderías encuentran eco en alguna parte, entonces se "crecen" y van a más.¿Que se puede esperar de alguién que cree hablar en el nombre de su dios? Están como regaderas(y lo sabes porque los curas "irrumpieron" en tu vida-como en la mayoría de todos- "olisqueando" en cuanta entrepierna se le cruzaba. Ni pinche caso, y punto pelota. Un saludo.
ResponderEliminarNo se puede tratar - y juzgar, mucho menos - a las personas en función de sus circunstancias, sean estas del tipo ideológico, religioso o sexual. Lo que sorprende es que los que más predican la caridad, la generosidad y la comprensión, al final ,siempre son los más intolerantes. Quizás tenemos que recuperar como frase de cabecera aquella que decía: a palabras necias, oidos sordos.
ResponderEliminarUn besu gordu.
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Hay de todo en la Iglesia, como en botica. Yo conozco sacerdotes que no imponen su criterio, que te dejan dialogar, que te escuchan, que no se meten donde nadie les llama, que trabajan por y para los demás, que aceptan al diferente porque ése es el auténtico mensaje de Jesús: amar y acoger, escuchar y aceptar. Si tengo la percepción de que estas noticias recurrentes y tendenciosas por lo dañinas (a los cristianos de base no nos beneficia para nada que este señor o el que sea salga en la tele dicienco sandeces) son una estrategia para que no nos preocupemos de lo verdaderamente importante. En los veranos cuando no hay noticias, dice mi padre que siempre hablan de la pretemporada del Madrid y el Barsa y del tiempo, pues esto es lo mismo mientras estemos preocupados por este tipo no nos ocuparemos de lo verdaderamente importante que es lo que describe nuestro amigo Ovidio: las situaciones francamente lamantables hacia las que nos encaminamos.
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