sábado, 27 de julio de 2024

Trece meses sin mi madre

No soy supersticioso, pero el trece, sin mi madre, es un número tan espantoso como cualquier otro. Tan espantoso como la ausencia. Su ausencia. Camino a buen paso para tratar de no pensar, pero el pensamiento es más rápido que yo. Aunque el sol se resiste a salir, hace calor. Un ambiente de bochorno que deja entrever la cercanía de la lluvia. Es temprano y aún hay poca gente caminando. Las tres mujeres que me encuentro casi todos los días por el mismo camino, que ríen y hablan en voz alta, acelerando el paso para regular sus niveles de colesterol, tensión arterial o azúcar. Noto que a veces están tentadas a saludarme, pero algo las detiene. Será que, como dice mi amiga Marga Sancho, las ausencias se reflejan en nuestros ojos. Y hay reflejos, pienso, ante los que es mejor guardar silencio. Entro en la farmacia y le digo a la farmacéutica, que era clienta de la librería en la que trabajaba, que siento la muerte de su madre. Me da las gracias y me dice que aún no está preparada para leer mi libro, pero que lo leerá. Le digo que lo entiendo, aunque salgo de allí pensando que hay libros sobre el dolor que también nos alivian de los nuestros. Como si al identificarnos con el dolor de los demás sintiésemos una especie de pequeño consuelo. Me ha ocurrido estos días leyendo el precioso y estremecedor poemario de Julia Navas Moreno, 'Bailarinas de rafia'. Hay tanta belleza y verdad en esos poemas que uno se siente menos solo al leerlos. Escribe Julia: "Hay un dolor punzante/ que me recuerda que estoy viva./ Siempre he sabido que sufrir/ es un estado más/ y que entre las sierpes del daño/ se desperezarán los gozos/ y sus inyecciones de esperanza./ Intuía el miedo tras las puertas,/ que la palabra podía anunciar la peor de las tragedias". 

Llego a casa y, aunque no tengo ganas, sé que debo preparar la comida. Las rutinas siempre ayudan a hacer más llevadera la parte más tortuosa del camino, de las efemérides, de este sinsentido -la muerte- tan difícil de asimilar. Hay silencio. "Hay un dolor punzante/ que me recuerda que estoy viva": Y también hay esa presencia cercana -cómo agradecerle- que me recuerda cada día que lo estoy. Vivo. 

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