He perdido visión y necesito gafas nuevas. Dos gafas: para lejos y para cerca. Cosas de la edad, dice amablemente la chica de la óptica. Cosas de la edad, murmuro, aunque lo que pienso es: envejecer en un año lo que estaba previsto para cinco. Pruebo unas y otras, y enseguida me decido, quiero salir pronto de allí. Todos los establecimientos, a excepción de las librerías, me agobian. Sólo entro en el supermercado si no veo colas en las cajas. Ya me apañaré con lo que tengo por la nevera, pienso. Dos gafas (y su correspondiente desembolso económico): para lejos y para cerca. Como mi abuela, como mi madre. A ellas las recuerdo mayores de lo que yo soy ahora cuando empezaron a usarlas, aunque quizá no lo fueran. La edad siempre se distorsiona en nuestra cabeza juvenil. Se pierde un poco la perspectiva. De regreso a casa, voy haciéndome a la idea de los cambios. Para animarme, entro en una librería de segunda mano y me encuentro con un libro de cuentos de Antonio Ferres, el casi desconocido escritor de la generación de los cincuenta que nació en 1924. Está publicado en la antigua colección de Alianza y tiene la letra muy pequeña. No importa. Lo compro. En unos días, tendré gafas nuevas. Dos gafas. Y podré leerlo sin ningún problema.
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