miércoles, 17 de julio de 2024

Lola

Ayer, pese a que la ciudad parecía el lejano Oeste, no me encontré con Stella Stevens ni con Sam Shepard, pero sí con mi hermana. Iba con Lola, que empezó a ladrar al verme y se lanzó a mis piernas como la gran zalamera que es. Dimos un paseo y, sin pretenderlo, pasamos por delante de la casa de nuestros padres, donde ahora vive mi padre solo. Lola, que no va esa casa desde hace mucho tiempo, se aceleró, tiró de la correa y se plantó delante del portal, esperando que abriéramos la puerta. Sabía bien lo que hacía, quiénes vivían allí. Nos miró extrañada. ¿Por qué no sacan las llaves del bolso? ¿Por qué no entran aquí? ¿Por qué no entramos aquí? Su cara expresaba todas esas incógnitas. Guardamos silencio, seguimos caminando, reprimiendo las emociones. Lola, de vez en cuando, se daba la vuelta y nos miraba, se subía por nuestras piernas: buscando caricias era ella la que las ofrecía. Y creo que eso también lo sabía. Lo sabía, sin duda. 

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