sábado, 8 de diciembre de 2018

Luigi Ghirri, esa calma inesperada


Son los años 70 y el fotógrafo italiano Luigi Ghirri capta imágenes de ciudades, de hombres y mujeres descansando en un banco o subiendo unas escaleras, de casas con las persianas bajadas, de playas desiertas, de columpios que esperan clavados en la arena la llegada de un grupo de niños inquietos y revoltosos. Todas las imágenes proyectan serenidad y belleza. Una calma inesperada. Un silencio que nunca resulta molesto ni se sitúa fuera de lugar. La luz es muy poderosa. Algunas de esas imágenes proyectan cierto rastro de melancolía, pero como la luz es (insisto) tan poderosa no refleja aspectos negativos en ningún momento No hay sitio para la oscuridad, para el desorden, para la inquietud, para el desasosiego. Algunos pájaros descansan en un cable, al atardecer. La vida discurre plácidamente. El humo del cigarrillo que está fumando una mujer sentada en un banco se eleva hacia lo alto, como si una brisa ligera lo arrastrase suavemente, tapando su rostro. Destaca, eso sí, su pelo alborotado. Quizá el pelo que se alborota después de una fiesta que ha durado muchas horas. La brisa ligera también juega con él. El cigarrillo que templa los nervios, los vaivenes de la fiesta que se termina con el inicio del nuevo día. ¿Cómo habrá sido esa fiesta? ¿Tuvo lugar realmente esa madrugada?
A veces, sus fotografías nos transportan a Módena o a Rímini. Otras, a París. A un París también en calma, como si estuviésemos en agosto, a la hora de la siesta. Como si el jolgorio estuviese en alguna otra parte. Como si detrás de esas casas, de esas persianas que sirven para dejar las habitaciones en penumbra, todos descansasen después del ajetreo matinal, de los quehaceres cotidianos, de la rutina, de la comida. En medio del sopor que trae consigo una ola de calor imprevista. Puede que en una de esas habitaciones atravesadas por sombras y algún rayo de sol que se cuela por las persianas desvencijadas haya una pareja despierta, entregada al deseo. Ese misterio. El fotógrafo nos ofrece el mapa. La imaginación queda a expensas de quien observa, de quienes observamos. La imaginación, por tanto, convertida en nuestro territorio. Una vez más. 
El mapa y el territorio. Los mapas y los territorios. El plácido transcurrir de los días. Personas solitarias. Paisajes sin gente. Las tormentas interiores que se pueden intuir. Las marejadas existenciales. Las melenas alborotadas. La brisa que viene y se va: ahora, luego. Las calles vacías. Los columpios solitarios. Las posibles aventuras. Las múltiples incógnitas. Escapar. Huir. Permanecer. Mirar. Sobre todo, mirar.





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