Son los años 70 y el fotógrafo italiano Luigi Ghirri
capta imágenes de ciudades, de hombres y mujeres descansando en un banco o
subiendo unas escaleras, de casas con las persianas bajadas, de playas
desiertas, de columpios que esperan clavados en la arena la llegada de un grupo
de niños inquietos y revoltosos. Todas las imágenes proyectan serenidad y
belleza. Una calma inesperada. Un silencio que nunca resulta molesto ni se
sitúa fuera de lugar. La luz es muy poderosa. Algunas de esas imágenes
proyectan cierto rastro de melancolía, pero como la luz es (insisto) tan
poderosa no refleja aspectos negativos en ningún momento No hay sitio para la
oscuridad, para el desorden, para la inquietud, para el desasosiego. Algunos
pájaros descansan en un cable, al atardecer. La vida discurre plácidamente. El
humo del cigarrillo que está fumando una mujer sentada en un banco se eleva
hacia lo alto, como si una brisa ligera lo arrastrase suavemente, tapando su
rostro. Destaca, eso sí, su pelo alborotado. Quizá el pelo que se alborota
después de una fiesta que ha durado muchas horas. La brisa ligera también juega
con él. El cigarrillo que templa los nervios, los vaivenes de la fiesta que se
termina con el inicio del nuevo día. ¿Cómo habrá sido esa fiesta? ¿Tuvo lugar
realmente esa madrugada?
A veces, sus fotografías nos transportan a Módena o
a Rímini. Otras, a París. A un París también en calma, como si estuviésemos en
agosto, a la hora de la siesta. Como si el jolgorio estuviese en alguna otra
parte. Como si detrás de esas casas, de esas persianas que sirven para dejar
las habitaciones en penumbra, todos descansasen después del ajetreo matinal, de
los quehaceres cotidianos, de la rutina, de la comida. En medio del sopor que
trae consigo una ola de calor imprevista. Puede que en una de esas habitaciones
atravesadas por sombras y algún rayo de sol que se cuela por las persianas
desvencijadas haya una pareja despierta, entregada al deseo. Ese misterio. El
fotógrafo nos ofrece el mapa. La imaginación queda a expensas de quien observa,
de quienes observamos. La imaginación, por tanto, convertida en nuestro
territorio. Una vez más.
El mapa y el territorio. Los mapas y los
territorios. El plácido transcurrir de los días. Personas solitarias. Paisajes
sin gente. Las tormentas interiores que se pueden intuir. Las marejadas existenciales.
Las melenas alborotadas. La brisa que viene y se va: ahora, luego. Las calles
vacías. Los columpios solitarios. Las posibles aventuras. Las múltiples
incógnitas. Escapar. Huir. Permanecer. Mirar. Sobre todo, mirar.
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