jueves, 29 de noviembre de 2018

En el desorden de la memoria, Bertolucci

Quiso el destino que Bernardo Bertolucci muriese el mismo año que mi amiga Loli, que tanto lo admiraba. Fue en su casa, precisamente, hará unos treinta años, donde vi por primera vez 'Novecento'. Tiempos de descubrimientos, de rescatar en aquellos fabulosos videoclubs de los 80 todas las películas que por edad no habíamos podido ver en el cine, de jugosas tertulias donde al hilo de la historia en cuestión iba surgiendo cualquier tema, sin tabús. (Sí, había vida antes de Netflix, y tampoco estaba nada mal). Luego, ya en mi casa, gloriosas madrugadas de joven solitario, o en las sesiones nocturnas de cines que ya no existen, iría descubriendo casi toda su filmografía. Recuerdo que 'La luna' me impactó aún más que 'Novecento', y recuerdo, claro, a la fascinante Jill Clayburgh y a su hijo adormecido sobre ella. 
En el desorden de la memoria, van surgiendo muchas imágenes estos días. Los aullidos de Marlon Brando, la masturbación de Robert De Niro y Gérard Depardieu, la inquieta Liv Tyler y la música de Nina Simone, el sexo doloroso de John Malkovich y Debra Winger en el desierto, el último deambular de la propia Winger en aquella historia de Paul Bowles que pocos directores se hubiesen atrevido a trasladar al cine, el juego y la exultante juventud de aquellos tres soñadores, la desoladora situación de los protagonistas de su última película... Imágenes de películas que dejaron huella se superponen a esas otras imágenes de películas que no lo consiguieron (nunca me interesó ni la historia ni la grandilocuencia de 'El último emperador'). 
La rabia, el inconformismo, el dolor, el amor, el deseo, el sexo, el desamparo, la muerte, las pasiones de todo tipo, las desigualdades, la belleza,  el hedonismo, la sensualidad, la música, el ansia por arañar el placer y el precio emocional que hay que pagar por casi todo. La permanente huida de la vulgaridad. El roce de las pieles: el miedo y el vértigo de algo tan esencial. La vida: siempre al borde de lo sublime y de lo ridículo, de lo posible y de lo imposible, de lo sencillo y de lo complejo. La vida, palpitando, sin vuelta atrás. 

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