jueves, 18 de octubre de 2018

Higos

La madre y el hijo están sentados en un banco del Campo San Francisco. Frente a ellos, el quiosco de la música, cercado por el derrumbe y una remodelación que nunca termina por efectuarse, viene a ser la metáfora perfecta de los tiempos que corren. La madre ha comprado una bolsa de higos, que es una de sus frutas preferidas, y se dispone a comer uno. Contra todos los pronósticos, el sol ha hecho una fugaz aparición y su luz le brinda a esa carne jugosa y dulce un aspecto aún más apetitoso. El hijo recuerda a la madre en otra época: acercando sus dedos a la higuera que había delante de la casa de los abuelos, rasgando esa carne sonrosada que se abre, deleitándose en el mismo sabor. Nada, excepto las manos y los rostros, ha cambiado. El tiempo es una línea de tiza que se va resquebrajando en una pizarra imaginaria. La mañana, como entonces, es ese ruido que suena alrededor de ellos. Y el silencio, el hilo que une todas las épocas, sin heridas. 

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