viernes, 28 de octubre de 2016

En el hospital (II)

Aunque el hospital donde está ingresada mi madre queda muy lejos de nuestra casa, hago el trayecto caminando. Viene a ser una hora de caminata, a buen paso. Me viene bien para despejar la cabeza y ordenar el caos de estos días. Me gusta sentir esas ráfagas de frío cuando atravieso zonas sombrías y el calor cuando paso por lugares soleados. Agradables contrastes. Ayer regresé a casa con buen ánimo porque mi madre, según los médicos, progresa adecuadamente. Su rostro parecía menos desencajado, más alegre. Sonreía. La vida, que durante dos días fue una especie de cosa ajena a mí, recuperaba poco a poco su sentido. Los niños, ya de regreso del colegio, merendaban en los parques, jugaban en los columpios. Algunas personas conversaban y tomaban cerveza en las terrazas como si aún estuviésemos en verano y no a dos días de comenzar noviembre. Otras, con bolsas de trabajo y bolsas de la compra, entraban en sus casas con el rostro cansado. De una pastelería, aparte del bullicio, salía aquel delicioso olor de las confiterías de nuestra infancia. Estuve a punto de comprar algo dulce, pero luego no lo hice. Parecía como si mis pies se deslizasen solos por la ciudad y yo fuese alguien que lo observaba todo sin ser visto y como si ese todo fuese algo nuevo en mi vida. Una extraña y placentera sensación. Llegue a casa sin rastro de cansancio y con la sensación de que, aunque lentamente, las cosas van regresando a su sitio. 

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