miércoles, 5 de octubre de 2016

El payaso triste

Se ponía unos zapatones negros, una especie de camiseta de rayas alargada, una nariz roja y salía a la pista, que era el escenario de los payasos. A todos nos toca un papel en la vida y a él, durante años, le tocó ese, el del payaso triste. A principios de los 80, y durante unos cuantos años más, fue un circo próspero, con animales, trapecistas y todo aquello que entusiasmaba a los niños de la época. Ahora, por unas causas y otras, los animales no son bien vistos en estos espectáculos, las trapecistas padecen artrosis y él, entre dolencias y depresiones, ya no está para muchos trotes. En el fondo, agradece que el circo haya cerrado sus puertas definitivamente. Pasa muchas horas en la cama. Piensa en su mujer cuando era joven y no estaba enferma (el cáncer se la llevó el año pasado, pero ni siquiera la enfermedad pudo arrebatarle aquella sonrisa dulce y casi juvenil), en los hijos que no tuvieron (nunca los echó de menos hasta ahora), en los aplausos y las risas del público cuando resbalaba intencionadamente o recibía un tortazo del otro payaso en medio de la pista, ¿qué habrá sido de él? En fin, en los buenos tiempos. De los que sólo queda esa nariz roja que, encima de la mesita, justo al lado de esa pequeña radio que tanta compañía le hace, es como la luz de un faro, la única señal que le indica que aún está vivo. 

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