domingo, 10 de enero de 2016

Domingo de invierno

Está triste y lluviosa, la tarde del domingo. Como corresponde a este invierno más extraño de lo habitual. No hay películas en el cine que nos apetezcan ver, ni ganas de recorrer tabernas desoladas para tomar copas de vino al lado de gentes solitarias que siempre terminan por contarte sus vidas. Hay una tarde por delante. Un domingo que viene a ser la sucesión de muchos domingos seguidos. Un domingo que, como siempre, arrastra melancolías y sombras. Cada uno está en su sitio, leyendo. Francesca, tan frágil, va de uno a otro: reclamando comida o caricias. Sus ojos no son lo de siempre, pero no quiero pensar mucho en ello. No quiero pensar más que en esta tarde. Una tarde invernal de domingo como tantas otras tardes invernales de domingo. Pienso, sí, que debo repasar lo que he escrito -casi de un modo furioso- esta madrugada. Me da miedo hacerlo: cuando la escritura fluye de esa manera, puede llegar a defraudarte al cabo de unas horas. Lo dejaré para más tarde: cuando la luz que entra por el ventanal haya desaparecido, lentamente. Y dé paso a una noche de domingo que, como aquel instante placentero, se desvanecerá entre las hojas del calendario y las incógnitas de ese tiempo que está por venir.     

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