sábado, 14 de noviembre de 2015

París, sin palabras

Abrir la ventana muy temprano. Sentir en el rostro el frío de la calle que contrasta con el calor de la  casa. Leer los periódicos, ver las imágenes. Cerrar los periódicos, apartar la vista de las imágenes. Como se aparta la mano del fuego o del hielo. Recordar esas calles por las que todos caminamos como si lo hiciésemos por el luminoso interior de una película: eso que tienen algunas ciudades. París, una de esas ciudades. París: su luz, sus evocaciones, sus escritores. Buscar las palabras y no encontrarlas. Sentir que hay determinados acontecimientos que nos desbordan. Esos fanatismos que lo emborronan todo. Intuir que no estás a salvo en ninguna parte. La fragilidad es tan poderosa como el horror. Llorar. Sí, llorar porque más de 120 personas inocentes ya no podrán hacer nunca más ese gesto tan simple que tú acabas de hacer ahora mismo, abrir la ventana muy temprano. Sentir en el rostro el frío de la calle. Refugiarte, impotente, en las palabras que otros han escrito. Hacer eso. Y no decir nada más.

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