jueves, 2 de julio de 2015

Despedida

Ayer, a primera hora de la tarde, estuvimos por última vez en el apartamento en el que vivimos durante los últimos ocho años. Qué extraño cúmulo de sensaciones nos produjo. La casa vacía, las persianas a media ventana, los electrodomésticos en silencio. Un rollo de celo transparente perdido en uno de los armarios era lo único que nos pertenecía ya de ese lugar en el que reímos y lloramos, y organizamos cenas y planes, y construimos una casa en común durante esos ocho años. Aunque nuestra nueva casa es más grande y luminosa, durante ese breve tiempo que estuvimos allí, en la antigua casa, fue inevitable sentir una especie de pequeña nostalgia. A veces uno tiene la sensación de estar despidiéndose constantemente de cosas, personas, paisajes... Todo lo que vivimos nos los llevamos, como otra parte del equipaje (la más importante), con nosotros. Sin embargo, aquel escenario, ahora vacío, remitía a las ilusiones primeras de quien empieza la vida en común al lado de otra persona. Cómo se fueron llenando las estanterías de libros y películas y cedés, las paredes de cuadros y fotografías, la despensa de comida y bebida, la casa del calor necesario. El ruido y los silencios. Las músicas y los olores. Nuestros besos y los besos de los protagonistas de los carteles de las películas y de las obras de teatro que llenaban aquellas paredes. Esos ocho años. Realidad y ficción tan auténtica como la propia realidad.
Cerramos la puerta. No hay pena en ese cierre: todo lo contrario. Sólo esa sensación, pequeña: la de la nostalgia. Por un tiempo vivido, sí. Por un tiempo que, como digo, nos llevamos con el resto del equipaje. ¿Qué nos deparará la vida? En el misterio, una vez más, está lo más importante. Lo que nos aguarda. Lo que está próximo a celebrarse. O eso creo. Ahora que tenemos ocho años más y todo lo que eso conlleva. El viaje -con todas sus alegrías y dificultades-, hoy más que nunca, continúa.

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