No habla del amor, sino de su destrucción. O eso imagino tras ver el quinto y apabullante capítulo de la serie: tan triste, tan demoledor. Y aquí (atención personas sensibles: pequeño spoiler) es necesario hacer alusión a ese momento de sexo (la chica masturbando a su pareja): no se sabe si hace más frío en las calles sombrías y nevadas o dentro de la habitación de ese hotel de Berlín. Ese momento puede resumir perfectamente todo lo que no vimos desde la Nochevieja anterior. 365 días que cada uno debe imaginar para ajustar el puzle, para completarlo. Me imagino que los cinco capítulos que quedan se centrarán en esa destrucción. Del amor, que también lo hay evidentemente, más que hablar se expresa a través de las miradas y las pieles, capítulo dos (aunque es el menos interesante, resulta necesario para la narración) y capítulo tres respectivamente. El amor y también el caos que siempre supone vivir (todo lo que rodea a los enamorados). El capítulo cuatro, centrado en la cena del último día del año con la familia, es antológico. Y qué bien recuperar el talento de Ana Labordeta para este medio. En realidad, empezando por los protagonistas, todo el reparto está espléndido. Sobre todo, ellos, claro, los protagonistas, Iria del Río y Francesco Carril: cómo evolucionan sus personajes, cómo se afianzan, cómo miran y dejan de mirar. Otro gran Sorogoyen. El más intenso me atrevería a decir, dado el tema que trata y con esa segunda parte aún por ver.