miércoles, 15 de mayo de 2024

Buen viaje, señora Munro

Hace ya unos muchos años, cuando aún no había recibido el Nobel ni casi nadie la leía en este país, me acerqué a algunos de sus libros, los que estaban publicados en castellano. En alguna parte, Soledad Puértolas -cuya literatura guarda más de un punto en común con la de la canadiense- comentó que sus cuentos se encontraban entre sus favoritos y ese mismo día fui a buscar alguno de sus títulos a la biblioteca del Fontán, donde tantas tardes de mi vida he pasado. Alice Munro era canadiense como Margaret Atwood y como Margaret Laurence (ojalá Libros del Asteroide continúe rescatando sus historias), cuyas obras había leído con gran entusiasmo. Se trataba de una ama de casa que había decidido escribir. Lo hacía en su habitación, mientras sus hijas pequeñas jugueteaban alrededor. Uno de los primeros libros que leí de Munro fue "Las lunas de Júpiter", en una edición del año 82 de la editorial Versal. Me impactó. Los relatos de Munro encerraban novelas enteras. En unas cuantas páginas, quedaban plasmadas historias familiares completas. El ir y venir de sus miembros, las alegrías y las desdichas, las zonas oscuras y las luminosas: vidas enteras plasmadas en aquellas pocas páginas. La miseria y la grandeza de lo cotidiano. Muchas historias de mujeres. Madres, hijas, abuelas. Mujeres que vivían atrapadas en sus destinos, que se rebelaban contra ellos, que buscaban su camino. Pequeñas piezas que encajaban a la perfección dentro de un puzle. Algunos años después, cuando Alice Munro aún seguía sin estar de moda y sus libros continuaban siendo inencontrables más allá de especializadas librerías de viejo, hallé aquel libro, "Las lunas de Júpiter", en una de ellas y a un precio astronómico. La mitomanía literaria siempre cuesta dinero, mucho dinero, ¿quién dijo lo contrario? Y me hice con él. Hoy, junto a otro título editado por Versal, "Amistad de juventud", sigue en mi biblioteca. Alice Munro, la mujer que un día dijo: "El triunfo de mi vida ha sido que ninguno de los ambientes en los que me encontré dominaron sobre mí". Alice Munro está ahí, en mi biblioteca, junto a las otras escritoras canadienses y también junto a los libros de quien me la recomendó aquella lejana tarde, Soledad Puértolas. Poco a poco, gracias a RBA y Lumen, se fueron publicando sus nuevos títulos y recuperando los antiguos. En las estanterías de las librerías en las que trabajé, siempre estuvo ella, Alice Munro. También en los escaparates. A algunos grandes aficionados a la buena literatura, les recomendé aquellos libros y se quedaron maravillados con aquella prosa sencilla que escondía detrás miles de historias, de sentimientos, de latidos. Poderoso mundo literario el suyo. Se acaba de morir y yo rememoro hoy alguno de aquellos viajes, los que iban de la casa de mis padres a la biblioteca pública del Fontán. Sin duda, algunos de mis mejores viajes. Y tan fascinantes y llenos de expectación como si hubiesen sido al otro lado del mundo.

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