lunes, 29 de julio de 2019

El legado del fotógrafo que nunca existió

Posiblemente lo más impresionante de la exposición de fotografías de José Zamora Montero (1874-1953) que puede verse estos días en el Museo de Bellas Artes de Oviedo no esté en las propias fotografías, sino en nuestra imaginación. No resto con estas palabras mérito alguno al fotógrafo, todo lo contrario: sin él, sin su trabajo, no habría nada que imaginar a este respecto. El poder de esas fotografías reside, precisamente, en todo lo que nos hace pensar, imaginar, debatir, a través de la simple contemplación de un rostro. Un rostro que mira a la cámara con cierto aire de obligación, con cierta desgana, con cierta picardía en algunos casos. Un rostro que es captado para ser identificado en el archivo de su puesto de trabajo (ese era el objetivo fundamental de estas fotografías: fichar personas). No es, desde luego, poca cosa. Observando detenidamente cada uno de esos retratos (más de mil) que reflejan la tristeza y el cansancio, la rutina de los días y el trabajo, uno no puede evitar hacerse unas cuantas preguntas. ¿Qué hay detrás de esos rostros, de esos ojos, de esas manos y la manera de colocarlas? ¿Qué vida les esperaba a esos obreros al llegar a casa? ¿Qué planteamientos vitales, políticos y existenciales se hacían? ¿Estaban enamorados o no lo estaban? ¿Estaría alguno de ellos enamorado silenciosamente de un compañero de trabajo? Quién sabe. El fotógrafo te ofrece la instantánea y tú escribes, aun sin escribirla, la historia. La historia de cada una de esas personas que son hijos de un padre y de una madre, y también, es evidente, de un tiempo. El tiempo que les tocó vivir y que José Zamora Montero, capataz de minas de la Real Compañía Asturiana desde 1903, plasma -junto a los rostros, los ojos, la manera en algunos casos de colocarse las manos y las boinas...- en cada fotografía. 
La verdad desnuda de un rostro, de más de mil rostros que son incapaces de disimular o mentir a la cámara, y de un tiempo. Tan lejano y, a la vez, tan cercano. Pasado y presente. Contraste y memoria. Y todas esas preguntas del principio, aún sin descifrar. 
El legado del fotógrafo que nunca existió. 

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