sábado, 4 de agosto de 2018

Gena

Gena es una gata de dos meses y medio. Es inquieta, juguetona, cariñosa. Llegó ayer por la tarde del albergue y, tras cinco minutos iniciales de indecisión y relativa timidez, se hizo con la casa de inmediato. La recorrió de punta a punta, husmeándolo todo, como cuando uno llega a una casa en la que piensa vivir los próximos años. Se subió a las estanterías, observó el interior de la lavadora, se acercó a todas las ventanas. Inspeccionó sofás, sillas, mesas y cama. Se instaló sobre nuestras piernas como si nos conociese de toda la vida, ajena a cualquier tipo de miedo. Y ya de noche, se le notaba cansada, se le cerraban los ojos, pero no quería dormir. Como en esos momentos en los que iniciamos un viaje o una aventura muy excitante y el cansancio nos vence pero no queremos cerrar los ojos, no vaya a ser que nos perdamos algo, por insignificante que sea. He tenido que instalar el ordenador en la mesa de la cocina porque no había manera de que me dejase escribir en cualquier otro lugar, y ya está trepando por las patas... 
Esto promete. 

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