miércoles, 28 de marzo de 2018

Seguimos viviendo en los cafés


Partiendo de la base de que cada cual hace lo que le da la gana con su tiempo y su dinero, diré que no me sorprendieron nada las colas que se formaron ayer en esta ciudad para tomar un café en el Starbucks que se inauguraba a primera hora de la mañana. Sólo apuntaré que, cuando tantos locales emblemáticos se están cerrando, hechos así me causan bastante tristeza. Porque, entre otras cosas, no puedo evitar acordarme de que algo parecido sucedió cuando inauguraron los cines de los centros comerciales. Que si la pantalla, que si el sonido, que si las butacas, que si... La gente se volvió medio loca y pretendía, sin éxito, volver loco a uno. Y así, poco a poco, prácticamente vacíos, fueron desapareciendo todos los cines del centro de la ciudad. Sólo cuatro gatos aguantamos estoicamente hasta el final. Y con cuatro gatos, todos sabemos que no se hace caja. 
Con respecto a los cines, como no he querido dejar en ningún momento de ver películas en pantalla grande, no me queda otro remedio que ir a los dichosos centros comerciales, aunque, según el día, cada vez se vuelva una tarea más insoportable. Y con respecto al Starbucks, que dure muchos años y que ofrezca muchos puestos de trabajo (que buena falta hacen), no tengo ninguna intención de pisarlo. Me quedo con el café de los pocos locales de toda la vida que van quedando. 
Vivir en esos cafés (y leer, y escribir, y charlar, y contemplar el mundo a través de sus cristaleras o en sus terrazas), aparte de una forma de resistencia como cualquier otra, sigue siendo otra manera de ver la vida. Y cada cual, como decía al principio, escoge la suya.

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