miércoles, 13 de julio de 2016

Aquel niño raro

Hay gente a la que no le gusta el Bitter Kas. Lo entiendo: tiene un sabor muy particular, un punto amargo y extraño. A mí me gusta el Bitter Kas. Me gusta ese sabor. Y me gustan los lugares a los que, cuando lo tomo, me lleva. A la infancia, claro. Al verano. Al calor. A las terrazas donde estaban mis padres, mi hermana y mis abuelos. Al sabor de las aceitunas enredado en esa bebida de color rojo. Es raro que a un niño le guste el Bitter Kas, decía alguien. ¡Qué raro es este niño! A mí también me gustaba que dijesen eso. No quería ser como la mayoría de aquellos niños que me rodeaban en el colegio, siempre pendientes de un balón y de una pelea. Yo quería sentarme en una terraza, con mi familia y leer el último libro que mi madre me había comprado. A todo eso me lleva el Bitter Kas. Y así, a lo tonto, la imaginación, tan sabia, empieza a volar. A veces, cuando sale el sol y hace calor, lo tomo. Ayer mismo. Los abuelos ya no están. Mi padre y mi hermana andaban en sus cosas. Íñigo, trabajando. Estaba mi madre. Y el último libro que, como hace casi cuarenta años, me acababa de comprar y del que cualquier día de estos os hablaré. 'Las cosas que perdimos en el fuego' es el título de ese libro. Las cosas que perdimos (en el fuego o en el camino, qué más da), las que conservamos, las que recordamos, las que anhelamos... En lo que consiste todo este juego. 

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