martes, 26 de julio de 2016

Abuelas

La abuela, de unos casi ochenta años, estaba sentada en la mesa de al lado, leyendo el periódico. Ya la habíamos visto más veces en esa misma terraza, siempre con el periódico entre las manos. Me recordó a alguna de aquellas mujeres de su edad que solían venir por la librería para que les recomendara nuevas lecturas. Algunas de esas abuelas me las he encontrado en varios de los clubes de lectura a los que me han invitado. Mujeres despiertas, con ganas de hacer cosas, de no dejarse consumir por el tiempo ni por el aburrimiento o las depresiones. Con ganas de leer. De leer mucho. De leer libros interesantes, importantes: nada de relleno. Hace poco, Laura Freixas me contó que su madre era una lectora empedernida y que se leía mis libros y todo esto que voy escribiendo por aquí (muchas gracias).
Volvamos a la abuela de la terraza. Casi ochenta años. Leyendo de cabo a rabo la prensa. En estas, llega un niño de unos siete u ocho años. Tiene el pelo alborotado, habla muy alto y le da sonoros besos a la abuela, que levanta la vista del periódico. Te traigo un regalo, dice el niño. Y le muestra un camión hecho de plastilina. Muy bien hecho, por cierto: con sus luces, su volante, su cabina... La abuela se muestra encantada con el regalo. El niño le pide dinero para un helado y la abuela se lo da. Mientras el niño está en el quiosco de al lado, la abuela nos muestra el camión de plastilina, llena de orgullo. Sonreímos y le decimos algo amable. Y de repente, esa abuela es mi abuela y ese niño soy yo, muchos años atrás. Sólo tenemos que cambiar el camión de plastilina por la hoja de un cuaderno donde había escrito una especie de poema o algo así. 

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