jueves, 28 de julio de 2016

Ambulancia

La mujer está tirada en el suelo, boca abajo, en plena calle. Parece que no puede moverse ni incorporarse. Dos personas intentan ayudarla. La ponen boca arriba. Tiene unos cincuenta años mal llevados y un aire a la actriz irlandesa Brenda Fricker. Está completamente borracha. Aún no son las once de la mañana y empieza a salir tímidamente el sol. La gente se arremolina a su alrededor y le pregunta cómo está. No puede hablar. Sólo mueve la cabeza, con un gesto absurdo que no se sabe muy bien qué quiere decir, y agarra su bolso como si le fuera la vida en ello. Tiene la cara hinchada por el alcohol. ¿A qué hora empezaría a beber para estar en ese estado tan temprano? ¿Cuáles pueden ser las causas que llevan a la mujer a este estado antes de las once de la mañana? No parece algo puntual ni una casualidad. Las dichosas causas. En todo eso voy pensando, según me alejo de allí, en dirección al parque donde he decidido pasar parte de la mañana leyendo y escribiendo. Ya sabemos que la vida es complicada, pero hay veces que esa palabra, complicada, se queda corta. Suena casi hasta ridícula. En eso también pienso, sí, mientras la sirena de una ambulancia que se dirige al lugar donde la mujer está tirada en el suelo es el único sonido que, de repente, se escucha en esta mañana en la que aún no sabemos muy bien si lucirá el sol o empezará a llover de un momento a otro

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