lunes, 7 de septiembre de 2015

Todo cambia: una reflexión

Por la ventana abierta del estudio entra la voz inconfundible de Janis Joplin. Son las siete de la tarde del primer domingo de septiembre. Si giro la cabeza, desde el sillón en el que estoy sentado, puedo ver el cielo completamente azul y despejado y los edificios de enfrente reflejados en el cristal. De una de esas ventanas procede la música de Janis. Todo está en silencio. No hay rumor de conversaciones ni risas alborotadas de niños que juegan o se pelean. Sólo la voz de Janis ahí, al otro lado de mi ventana, rasgando el silencio. El primer domingo de septiembre.
Acabo de llegar de la calle. Salí un par de horas antes a pasear con mi madre. Y ese largo paseo, con la ciudad casi desierta, me llevó a plantearme lo mucho que ha cambiado esta ciudad en los últimos años. Si hubiese estado viviendo fuera y regresase ahora, apenas la reconocería. Cafeterías y tiendas cerradas. Algunas con el cartel de SE VENDE o SE ALQUILA y el correspondiente número de teléfono debajo muy deteriorado por el sol y los años. Produce mucha tristeza ver todo eso. Esas calles que, en otro tiempo, conocieron el esplendor, la bonanza económica, la alegría. Calles donde, aparte de cafeterías y tiendas abiertas, había salas de exposiciones y cines. Hoy, esos locales son centros de estética, supermercados, tiendas de ropa, gimnasios... Ciertamente, uno sigue sin acostumbrarse muy bien a eso. Por eso, aún a riesgo de repetirme, lo escribo. El tiempo pasa a una velocidad apabullante. Le cuento a mi madre aquellos tiempos (noches de jueves o de viernes) en los que salía con mi amiga Araceli a cenar y a tomar unas copas. Y a bailar, si se terciaba. Esta ciudad, por entonces (hace veinte años, más o menos), era otra. Muy diferente. Apenas había carteles de SE VENDE o SE ALQUILA en los cristales de los locales cerrados. Apenas había locales cerrados. Casi todo el mundo tenía un nivel económico aceptable. Un trabajo. Otros tiempos, evidentemente. No me gustaría volver a aquella época (ya está vivida, y bien vivida), le digo a mi madre. No es eso. Lo que me gustaría es ver esta ciudad, mi ciudad, con la alegría de entonces. Sin el miedo que nos atenaza a (casi) todos hoy. Sin la impotencia. Sólo eso.
Abandono estos pensamientos y me dejo llevar por la música de Janis Joplin, que sigue sonando y que, de repente, ha llenado la tarde de cierta melancolía. La que produce ir haciéndose viejo, adaptarse a los nuevos tiempos, resignarse serenamente. Todo ello, si puede ser, sin perder la alegría, la curiosidad, la inquietud. La emoción que siguen transmitiendo determinadas músicas.  
 

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