domingo, 16 de agosto de 2015

Nuestras ilusiones

Después de un largo paseo por las calles desiertas de la ciudad en el que se puede adivinar ya el final de otro verano, me entero de la muerte de Rafael Chirbes. Pienso en lo mucho que disfruté leyendo su literatura y pienso en mi amigo Rafa, cuya admiración por la obra del escritor valenciano le llevó a ponerle a su estupenda librería el nombre de uno de sus libros fundamentales (uno de mis preferidos de su autor), `La buena letra´. Recuerdo el entusiasmo de Rafa, una lejana tarde de otoño, después de presentar uno de mis libros en su librería, hablando de la obra de Chirbes y de una comida que había compartido con él. Le escuchaba. Le dejaba hablar. Pocas cosas me agradan más que ese entusiasmo desbordante por los escritores, por la literatura. Espejos en los que uno se ve inevitablemente reflejado.
La noticia de la muerte de Chirbes me conmueve especialmente: por lo inesperado y por las muchas cosas que aún le quedaban por contar a un hombre de sesenta y seis años. Esos libros que ya no se escribirán. Nos quedan los otros, naturalmente: los ya escritos. Los que fuimos leyendo durante todos estos años. Me gustan mucho sus novelas largas (impecables), pero quizá me gustan aún más las otras, esas en las que en apenas ciento y pico páginas cuenta un puñado de vidas. Me gustan mucho `La buena letra´ y `Los disparos del cazador´. Y esa novela llena de voces y profundo desencanto que es `Los viejos amigos´, reeditada recientemente por Anagrama (donde se encuentra toda su obra). Escribe en ella Chirbes una frase que tengo señalada desde que leí la novela: "En la historia no hay pausas, no se baja y se sube el telón. No hay entreactos. Es una sesión continua". También se encuentran entre mis favoritos los ensayos y los textos breves: `Por cuenta propia´ y `Mediterráneos´ son dos ejemplos extraordinarios. Precisamente, en `Mediterráneos´ hay un texto que me apasiona especialmente, `Añoranza de alguna parte´. La manera en que, en apenas seis o siete páginas, mezcla recuerdos personales con el recuerdo a una obra de Blasco Ibáñez, `Arroz y tartana´,  al hilo de las visitas a diferentes mercados. Comienza casi como podría comenzar una novela o un cuento: "Conocí el mercado Central de Valencia cuando era un niño, cogido alternativamente de las manos de mi abuela, de mis tías abuelas y de mi madre". Recuerdos de infancia se entremezclan con los del hombre adulto, los viajes con los olores, el cine con la literatura, la constante presencia del mar con la de algunos tiempos que ya no existen más allá de la memoria. Gran literatura, una vez más, en las distancias cortas.
El hombre se fue. El escritor permanece. Y el agradecimiento de sus numerosos lectores, también. Y termino con ese desencanto de `Los viejos amigos´: "¿Qué hemos ganado?, ¿qué hemos perdido? Puta vida, ¿verdad? Nuestras ilusiones". Nuestras ilusiones.

1 comentario:

  1. Extraordinario homenaje. Muchas gracias, Ovidio.

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