domingo, 9 de agosto de 2015

Historia de una fotografía

Era una tarde primaveral. Habíamos rastreado unas cuantas librerías. Alrededor de las ocho nos sentamos en una vinatería que hay en la Calle del Pez, cerca del edificio donde vivían los Modlin. Pedimos dos vinos. Rioja. Cuando el camarero llegó, Íñigo estaba planeando hacerme una foto. Dijo que había una luz especial. La música era agradable. Pese al cansancio (¡querer ver todo Madrid en tres días!), Íñigo me dijo que tenía muy buena cara. Probamos el vino. Al primer sorbo, me di cuenta. No era Rioja. Era Ribera. Se lo dije al camarero. Me dijo, con su mejor sonrisa, que ya lo sabía. También dijo: tiene usted un paladar exquisito. Ya, ya, pero aquello no era lo que le habíamos pedido. Dijo: seguro que si les hubiese dicho que no tenía Rioja se hubiesen marchado. Nos echamos a reír. Qué morrazo. Nos pareció que el tío le había echado tanta cara al asunto que nos hizo gracia. Estábamos en Madrid, tampoco era cuestión de ponerse a discutir o amargarse la tarde por un vino (que no sabía mal, todo hay que decirlo, aunque no tuviese la temperatura adecuada). Seguimos a lo nuestro. La fotografía. Es la que va a ir en la solapa de mi nuevo libro, `Corrientes de amor´. El tío nos cobró cinco euros por aquellos vinos que no habíamos pedido. Creo que conseguimos una buena fotografía. Siempre hay que buscarle el lado positivo a las cosas, ¿no?

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