jueves, 2 de octubre de 2014

Cuando una novela ve la luz

En medio de una operación de muelas más complicada de lo que parecía y de ese cierto aturdimiento y malestar que siempre provocan los antibióticos, llega a las librerías mi nueva novela, "La mujer de al lado".  Cuando eso pasa, cuando una novela tuya está ahí -¡al fin!-, en las estanterías y escaparates de las librerías, muchas cosas pasan por tu cabeza. Muchas. Alegría, satisfacción, miedo, nervios, incertidumbres... Una cierta nostalgia. Una cosa está clara: ésa es la novela que has querido escribir, a la que has dedicado los dos últimos años de tu vida. Pese a los vaivenes de la mayoría de los personajes que la habitan, a los tramos menos amables de sus vidas, a los problemas que sufren, he sido muy feliz (sí, es la palabra) escribiéndola. Quizá ha sido la obra que más felicidad me ha provocado a la hora de escribir. Mi vida, como la de la mayoría de la gente, no es ningún camino de rosas. También hay problemas en ellas. Hay dos fundamentales: la enfermedad de mi madre (cuando le da por hacer de las suyas: cuando no lo hace, también está ahí, pero vamos aguantando) y el paro. El primero, obviamente, es el más importante para mí. Y es el motivo por el que no nos vamos de esta ciudad. La decisión está tomada desde hace tiempo. Mientras mis padres estén aquí, nosotros también lo haremos. Punto final. Pese a ello, es muy doloroso llevar cuatro años sin poder ejercer tu profesión (no sé a qué otra cosa me podría dedicar más que a estar -de una manera u otra- entre libros, a punto de cumplir cuarenta y tres años), sin desarrollar la creatividad (todo eso en lo que crees: acercar la cultura a la gente, más aún en estos tiempos: la cultura -no lo olvidemos- ayuda a evadirse de las miserias en las que los poderosos nos han enfangado, agarrándonos por el cuello) sin cobrar un euro, etcétera. Ver pasar la vida y ver cómo otras personas consiguen las pocas oportunidades de trabajar en una librería que esta ciudad te puede ofrecer. No es un trago amable. Ni creo que sea justo, pero quizá esté mal que yo diga eso. Mis antiguos clientes deberían hacerlo. Algunos ya lo hacen. Y se lo agradezco inmensamente.
Ésos son mis problemas. No digo que más graves o menos que los de los demás (hay gente que lo está pasando muy, muy mal, aunque los políticos, casi todos ellos, miren para otro lado). Son los míos. Quizá algunos de los que me leéis los compartís. Trato de no pensar en ellos, pero es, como comprenderéis, inevitable. La salud, pese al tópico, es lo que realmente importa y el dinero, más tópico aún, es imprescindible para vivir. Escribir la novela, esta novela concretamente, me salvaba cada mañana de mis problemas. Me hacía como digo muy feliz, pese a las desdichas en las que se ven envueltas algunos de los personajes. Me sentaba ante el ordenador y me dejaba llevar durante varias horas, hasta que llegaba el momento de ir a buscar a mi madre para su (imprescindible) paseo matinal. La escritura se apoderaba de mí, por así decir. La novela, como ya sucedió con la anterior, era algo más larga, pero, en el tramo de las correcciones, siempre tiendo a pensar que menos es más. Fui feliz en esas primeras horas de la mañana, durante los dos últimos años. Escribiendo la historia de Lucía, la mujer de al lado, y la de Emilio, el chico que se siente fascinado por ella desde el primer momento. Los problemas de mi vida, cuando estaba dirigiendo sus vidas (o ellas me dirigían a mí, quién sabe), desaparecían. La literatura (como siempre: de un modo u otro) me agarraba a la vida y me hacía olvidarme de todo los demás. La enfermedad de mi madre, estar siempre pendiente de que nos dé la murga en el momento más inesperado. Y el paro: la frustración de no desarrollarte y la de no cobrar un miserable euro. Cuatro años ya. Eso desaparecía, sí, cuando me metía en mi historia, la que estaba contando, la que quería contar. "La mujer de al lado". La historia de Lucía y de Emilio. Y la de toda esa galería de personajes que les rodean y que, en algunas ocasiones, se pierden en el camino. En el sueño que perseguían. Ah, la vida. Una vez más.
Todo comenzó con un viaje solitario en tren, de Oviedo a Gijón, una mañana cualquiera. El vagón iba prácticamente vacío y, sin verla físicamente (porque no estaba allí), la descubrí (en mi cabeza). Una mujer estaba sentada, enfrente de mí. ¿Hacía dónde iba? ¿De dónde venía? No parecía llevar buena cara. Parecía tener miedo. Huir de algo, de alguien. Ese fue el hilo del que comencé a tirar y todo lo demás fue surgiendo, cada madrugada, mientras Íñigo y la gata dormían y la casa estaba en completo silencio. Lo demás quedaba aparcado a un lado durante esas horas. Mi cabeza sólo existía para ella, para la novela. El resto del día, pese a los quehaceres cotidianos, también, aunque de otro modo. Cuando escribimos una novela, es así: todo gira a su alrededor y casi cualquier detalle es captado para ir a ella (aunque luego no vaya).
Ahí está, en las estanterías y escaparates de las librerías. No hay vuelta atrás. De algún modo, ya no me pertenece. Es de cada una de las personas que la van a leer. Cada una de esas personas, tendrá su propia versión de la novela. Se apropiará de ella. La harán suya. A mí me queda la satisfacción del trabajo hecho y esas horas, las de la madrugada, cuando, mientras escribía, fui feliz de un modo en que de ninguna otra forma similar se puede ser en esta vida.
Este extraño viaje continúa.
  

2 comentarios:

  1. Ciertamente injusta tu situación, como la de tanta gente tan válida y estupenda. Un desastre este momento de crisis que nos joca vivir. Me jode porque no me cansaré de repetir que eres un fantástico difusor y divulgadir de la cultura, EL MEJOR, de todas las opciones: literatura y teatro, cine y música. Y además GENEROSO. Compartir espacio contigo y los escritores amigos que tienen la suerte de encontrarse en tu camino, ES UN HONOR. Con personas como tú, pocas, media docena más y este canal ¿para qué queremos ministros de cultura? La novela es un regalo, pero tu capacidad y tu genio no es incompatible con una jornada laboral de 8 horas. Quiero decir que tu creatividad hubiera sido productiva tb trabajando y YA ES HORA, aunque que consigas un trabajo no esté en mis manos. En mis manos y en las de todos tus lectores está otra cosa: el éxito de la novela (la calidad está sobradamente probada) y en eso estamos. "La mujer de al lado" será un éxito y mientras llegan mares mejores, la travesía será una fantástica travesía.

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  2. Y esperemos que durante mucho tiempo, y que durante el trayecto haya más luz y menos sombra, más tranquilidad y menos incertidumbre, más penas que alegrías. Esos problemas, desgraciadamente, son los de muchos, y es evidente que no está en nuestras manos ponerles solución, así que tendremos que, como siempre, esperar que la vida decida a su capricho cómo van a discurrir las cosas. Ahora, de momento, ese, esos minutos, que serán horas y momentos de gloria, son reales y Lucía y Emilio a través de tus lectores volverán a devolverte esa felicidad que tú también les proporcionaste, la de darles vida. Te deseo toda la suerte del mundo, tú lo sabes, y no puedo ofrecerte más, pero mi compañía en este viaje la tienes garantizada.

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