sábado, 25 de octubre de 2014

La última pieza del puzle

Que la vida iba en serio ya nos los dijo aquel poeta al que no olvidamos. Que a veces asusta y se presenta como un mazazo es algo que vamos descubriendo con el paso de los años y las circunstancias (casi nadie, en un momento u otro, se libra de ellas, por mucho que lo intente, que lo intentemos). Y que no hace otra cosa más que recordarnos que estamos aquí, y que sufrimos, y que nos enamoramos, y que somos imperfectos, y crueles (sí, crueles: mucho, en ocasiones), y vulnerables, también. Y que tenemos miedo: a la soledad, a la ausencia de dinero, al vacío que arrastra la muerte, a la enfermedad, a la crueldad (insisto)... De todo eso habla la película de Carlos Vermut, "Magical girl", merecidísima Concha de Oro en el último festival de San Sebastián. Compleja, brillante, apabullante, sobresaliente. No se puede desvelar mucho del argumento. Casi mejor nada. Casi mejor sentarse en la butaca del cine sin saber demasiado sobre ella y dejarse llevar. Dejarse golpear en silencio por ese cúmulo de sensaciones, miradas, historias, anhelos, traiciones, lealtades, deseos y crueldad (mucha, en ocasiones: repito). Y comprobar, una vez más, que la vida vuelve a ser un puzle al que siempre le va a faltar una pieza. La que sea. Una. Quizá la más importante, la definitiva, la que llevamos años buscando. Esa pieza que puede estar escondida detrás de un mueble o en una mano perversa o enferma o enamorada o temblorosa. O quién sabe dónde. El caso es que su ausencia estará ahí, presente, como otro mazazo. Desgarrador. Inevitable. Demoledor. Imborrable.
No se puede desvelar nada, o casi nada, del argumento de esta película que, por diferentes razones, no dejará indiferente a nadie. Pero sí se puede hablar de su maestría para encajar las vidas cruzadas de sus personajes, y la maestría de los actores. Sí se puede decir que todos están absolutamente perfectos. Y que Elisabet Gelabert  (qué mirada, qué voz, qué sabiduría: ¡qué grandes actrices hay en este país y qué pena que muchas de ellas no tengan los papeles que ser merecen y que se estén pudriendo de asco o pasando hambre, como nos recordó hace poco Concha Velasco!), en un pequeño pero jugosísimo papel, demuestra que a veces bastan siete u ocho minutos (como le bastaron a la gran María Asquerino en "El mar y el tiempo") para dejar huella en la memoria del espectador, que José Sacristán está soberbio, como acostumbra, y que cada vez nos recuerda más al añorado Fernando Fernán Gómez, y que si Bárbara Lennie no recibe todos los premios de interpretación de este año es para dejar de creer en ellos directamente. Su interpretación está más allá de cualquier elogio que pueda caber en este texto. Su mirada, su manera de moverse, su frialdad, su voz, su fragilidad, su desequilibrio, su inseguridad y su seguridad hacen de su interpretación un personaje tan complejo y repleto de matices que la convierten, por derecho propio, en una de las actrices más sobresalientes del panorama actual. Hay que verla en pantalla, en esta película, en el silencio y la oscuridad de una sala de cine, para comprender bien el alcance de mis palabras. Y de su talento.
Me hace gracia (o mejor dicho: me pone de muy mal humor) toda esa gente que ataca constantemente y por sistema al cine español. En nuestro cine, como en cualquier otro, hay buenas y malas películas. Y hay películas soberbias, como esta de la que hoy hablo, "Magical girl", y que nadie, con un mínimo de buen gusto y amor por el cine de verdad, debería perderse. Y no digo más. Porque creo que ya he dicho todo lo que se puede decir. Todo lo que tenía que decir.  

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