domingo, 12 de octubre de 2014

Mujeres, voces, bosques

Una de las muchas cosas buenas que tiene el otoño, dado el número de estrenos interesantes que nos llegan puntualmente a esta ciudad, es recuperar la costumbre de ir al cine todos los sábados, a primera hora de la tarde. Comer temprano y dar un largo paseo, si el tiempo lo permite, hasta llegar al cine. Pocas cosas me siguen proporcionando mayor felicidad. Ahí estamos, impacientes por ver la nueva película del interesante David Fincher, "Perdida", basada en una novela de mucho éxito que no he leído. El señor Fincher casi siempre nos introduce en mundos turbios e inquietantes: personajes e historias que te atrapan durante dos horas largas que pasan en un suspiro. "Seven" y "Zodiac" me parecen dos espléndidas películas. No puedo decir lo mismo de esta última que ha dirigido. Nos  ha parecido falsa, tramposa, sin demasiado sentido y un punto misógina. Cierto es que el director sabe mantener la atención del espectador. Pero, una vez conocido el desenlace, te preguntas: ¿todo esto para esta conclusión? Salimos del cine decepcionados y decidimos no pensar demasiado en ello. No están los tiempos para tirar el dinero y me da rabia cuando la desilusión es tan grande. Disfruto del paseo de regreso. Me reconforta.
Llegamos a casa y termino -era inevitable, pese a mis intentos para que no fuera así- de leer el último libro de Ana María Matute, "Demonios familiares". El último de verdad. De ahí la pena y el deseo de no querer terminarlo. Aunque sea una obra inacabada, es una auténtica delicia. Entronca con algunos de sus grandes títulos, "Primera memoria" o "Paraíso inhabitado". Leyéndola te das cuenta, una vez más, de lo mayúscula que ha sido su pérdida. Nos queda su extensa obra, sí. Pero la pena es inevitable. El tiempo siempre es demasiado corto para todos. Releo varias veces una frase que es Ana María Matute en estado puro. Una frase demoledora que podría muy bien resumir su particular universo: "Aún no me había dicho a mí misma que a menudo cuando un deseo se cumple, todo un mundo muere". Ahí queda eso. Volveré a leer estos "Demonios familiares", a la historia de esa chica, Eva, que se refugia en los bosques (como también lo hacen algunas protagonistas de Margaret Atwood: espero que, a diferencia de Matute, no se quede sin el dichoso Nobel) y los desvanes.   
Termino el sábado escuchando el nuevo disco de Marianne Faithfull, "Give my love to London". Otra maravilla de esta señora que ha sabido sobrevivir y reinventarse como pocas. Escuchar a Marianne siempre me trae recuerdos de todas las épocas de mi vida adulta. En los momentos difíciles y en los menos difíciles, ella siempre está ahí. Con esa voz única y la melancolía con la que cuenta sus historias. No me canso de escucharla. La versión que hace del "Going home" de Leonard Cohen pone los pelos de punta. La escucho, la escucho, la escucho...
Y así, regresando a casa, regreso al bosque, a mi bosque particular, a punto ya -qué vértigo- de cumplir cuarenta y tres años.     

No hay comentarios:

Publicar un comentario