viernes, 10 de octubre de 2014

Las agujas del reloj

Eran tardes largas y deliciosamente lentas, donde había tiempo para leer y para escribir. O para debatir sobre cualquier tema (política, cine, literatura, amores pasajeros o amores imposibles...) en un café, siempre con un buen puñado de cigarrillos cerca (tiempos en los que aún se podía fumar en los cafés). Leíamos a Modiano. En aquellos libros, publicados por Alfaguara, casi siempre había un joven, deambulando por calles y cafés de París. Se enamoraba, no tenía mucho dinero, llevaba libros en la mano, quizá se adentraba en la habitación de algún hotel. Si había suerte, lo hacía acompañado. Había una mujer un tanto misteriosa, enigmática. Atractiva. No eran novelas detectivescas, pero lo parecían. Se perseguía un deseo, se intuían enigmas. Estaban escritas con un lenguaje poético, transparente. Los libros y la orilla izquierda del Sena. Los muelles y las brumas. Las sombras del pasado. Pienso en uno de aquellos títulos, "Más allá del olvido", que el autor dedicó a Peter Handke. No había un argumento propiamente dicho, no importaba demasiado. En eso, quizá, consistía aquella manera de narrar. Su encanto. No tenía el desgarro -ni el deseo- de la Duras (sin Nobel: otra injusticia) pero nos gustaba. Estábamos en París, sin estarlo, y con eso, en aquel tiempo, era más que suficiente. París era una meta. Había que alcanzarla (la alcanzaríamos, algo más tarde). Como aquellos personajes que, entre brumas y vaivenes, trataban de alcanzar algo, no sé muy bien el qué. El amor, tal vez. O la escritura. O la utopía. O la identidad. Aquellos enigmas. Aún indescifrables. Ésa es la palabra.
Luego vendrían más libros, ya publicados por Anagrama, y seguíamos leyendo a Modiano. Sus libros nunca faltaron en mi biblioteca ni en las librerías en las que trabajé. Quizá las tardes ya no eran tan largas ni deliciosamente lentas, pero volvíamos a él como quien vuelve a ese lugar confortable donde encontraba cobijo en el pasado. Siempre París y las brumas y los muelles y los cafés y los callejones y las estaciones de metro. Y la búsqueda, la denuncia, el pasado, el desencanto. Libros que se leían siempre con agrado. No decepcionaban, aunque se repitiesen paisajes y sensaciones, aquellos enigmas -aún- indescifrables. Como nunca decepciona volver a París. O al cobijo, ya está dicho, de ese lugar que una vez nos perteneció y fue más que confortable.
Modiano. Acaban de darle el Nobel. Recuerdo, de pronto, un libro suyo que me gustó mucho, "Reducción de condena", publicado por Pre-Textos. Me levanto y lo busco. No lo encuentro. Quizá se lo presté a alguien y no me lo devolvió. Quizá se quedó en alguna de las estanterías de la última librería en la que trabajé. No importa. El recuerdo me anima y me incita a buscarlo. Lo haré. Sin embargo, me encuentro con ese que antes mencionaba, el que dedicó a Peter Handke, "Más allá del olvido", publicado por Alfaguara. Lo cojo y lo abro al azar. Y leo: "Sentí sus labios en mi cuello. Le acaricié el cabello. No estaba tan largo como antes, pero nada había cambiado en realidad. El tiempo se había detenido. O más bien, había retrocedido a la hora que marcaban las agujas del reloj del café Dante, la noche en que nos encontramos allí, poco antes del cierre."
El tiempo no se ha detenido, en modo alguno, pero, por unos momentos, lo parece.

1 comentario:

  1. Una bella estampa. Y es cierto que el tiempo a veces parece que se detiene. Y creo que ocurre a veces cuando se lee un buen libro. El tiempo sólo parece transcurrir entre las páginas mientras que el nuestro sólo transcurre en los relojes.

    ResponderEliminar