lunes, 28 de julio de 2014

Umbral, siete años después

Inicialmente, la anécdota tuvo cierta gracia. Entre otras cosas, porque reflejaba muy bien lo que es el mundo televisivo. Después, como ocurre siempre con estas cosas, dejó de tenerla. Y pasó a convertirse en una de esas escenas televisivas que, como el monólogo de un humorista, a la gente le provocan mucha risa, aunque jamás hayan leído ni un solo libro del autor que la protagonizaba. Umbral, en este caso. Paco Umbral. Y su famosa intervención en el programa de Mercedes Milá reclamando hablar de su libro. Ya no sé qué libro era el que presentaba. Da igual. Uno de ellos, de los muchos que escribió y publicó. Porque Umbral, anécdotas televisivas al margen, era eso: un señor que escribía mucho. Y que se inventó un personaje que a veces tenía gracia y otras, no tanta. Pero sobre todo eso, estaba la literatura. Su literatura. La que escribía en los periódicos y la que escribía en los libros. Si uno lee sus artículos ahora mismo, estando o no de acuerdo con sus teorías, puede darse cuenta de la vigencia que siguen teniendo. Hace poco, en la Semana Negra de Gijón, encontré (por un euro) una recopilación de sus artículos más antiguos. Y su lectura sirve para corroborar lo que estoy diciendo. El respeto y la modernidad con la que escribía, por ejemplo, de los travestis. Aquellos travestis que se encontraba en aquellas míticas e interminables noches madrileñas o en las mañanas del Rastro con la barba asomando por debajo del maquillaje y la voz enronquecida por el lado más turbio y canalla de la madrugada, donde el humo y el whisky alternaban con las palabras y las actrices más destacadas que se pasaban por aquellos emblemáticos locales después de la última función de la noche, con la euforia del aplauso aún a cuestas. Qué bien supo retratar a las actrices. Sobre todo, a esas a las que me refiero, a las que conoció y con las que compartió palabras, confidencias y bebidas. Nadie, en este sentido, escribió sobre María Asquerino como él. Y de Charo López dijo la frase más contundente y acertada que se le puede aplicar a su belleza: "Charo López es la mujer más guapa de este país". Los cuerpos gloriosos.
Leyendas de otros tiempos, los de aquellas noches, que, en la mente de los mitómanos, no hacen más que crecer. Umbral supo reflejar muy bien todo aquello, y también el tiempo que vendría después. Los diferentes cambios de gobierno, la evolución del país, la decrepitud de algunos políticos, la horterada en la que nos vimos sumergidos. En sus artículos, cabía de todo. La crítica, la reflexión política, la poesía, las artistas o los mendigos. El mundo del espectáculo y el de la literatura. El lumpen y las fiestas en hoteles de renombre. Sara Montiel, Rocío Jurado o Lola Flores y los travestis que las imitaban. Borges y Capote. Las luces de las marquesinas de los teatros y la decadencia de los peores tugurios. Las bufandas y los resfriados. El desnudo de Marisol y las divagaciones de Pitita Ridruejo. La calma del jardín y el ronroneo de su gata, Loewe. El Café Gijón y las chicas de Montera. Los libros que iban a la piscina y las polémicas con los jóvenes narradores. La fidelidad a los amigos y la traición (a veces, ambos conceptos, un tanto confusos y enmarañados). Nadiuska y Delibes. La gloria y la sombra (y más que la sombra, en ocasiones, la ruina) de las ciudades, de los paisajes, del alma humana. Todo eso está ahí, en sus artículos. Vigente.
También están los libros. Unos mejores que otros, como es natural en alguien que escribió tanto. "Los cuadernos de Luis Vives" (uno de mis favoritos), "El hijo de Greta Garbo", "Días felices en Argüelles", "Un ser de lejanías"... Y "Mortal y rosa", claro. Nadie supo reflejar la pérdida de un hijo como él lo hizo en ese libro. Pasarán más años de su muerte, muchos años, y el libro, ese libro sobre todos los demás, permanecerá. Porque el rostro dolorido que se refleja en los espejos de un padre tras la muerte de su hijo, siempre será el mismo. Ese dolor nunca cambiará. Porque hay poemas que el tiempo no podría arrasar, aunque se lo propusiese. Que se lo propone.
Este verano se cumplen siete años de su muerte. Lo he recordado de pronto, mientras preparaba la cafetera, como el que recuerda el verano en el que murió su abuelo o alguien muy cercano. Umbral. En aquellas lejanísimas y solitarias tardes de mi juventud, viviendo en los cafés, leyendo sus artículos, añorando aquel Madrid, soñando con los cómicos, las actrices y los literatos, pensando en escribir sobre él. Como hago hoy mismo, alejado de mi ciudad, cuando están próximos a cumplirse siete años de su muerte y la noche aún no se ha ido del todo.

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