jueves, 3 de julio de 2014

Incógnitas

Son las seis y cuarto de la mañana. Estoy asomado a la terraza de un quinto piso del edificio donde estamos alojados por unos días, en el sur. Ya está amaneciendo. El cielo está despejado y, a lo lejos, un sol demasiado anaranjado para esas horas indica que el día será muy caluroso. Ese sol, demasiado anaranjado, parece la luna artificial de un teatro japonés. Parece un sol de mentira, como las lunas falsas que iluminan las tablas de esos pequeños teatros de juguete. Pronto se convertirá en algo real. Cuando los ruidos transformen el silencio en una sucesión de ruidos que desde ahí, desde ese quinto piso, nos llegarán difuminados. Pero nada de eso ha pasado aún, siguen siendo las seis y cuarto de la mañana. Enfrente del edificio, hay un aparcamiento y unos arbustos lo bordean. Abajo, el agua de la piscina está en calma. Ni la más leve brisa mueve el agua. Todo mantiene la misma calma, el mismo silencio. Hay cierto misterio en todo ello. La gente aún está durmiendo y la que no lo hace, probablemente medio adormilada, mira la televisión desde la penumbra de sus habitaciones. La luz de la televisión puede distinguirse a través de los visillos que tampoco mece ninguna brisa. El sonido no llega hasta la terraza donde yo estoy: despejado, como si hubiese dormido diez horas seguidas. En el interior de la habitación, él sigue durmiendo.
De repente, en el aparcamiento que hay frente al edificio, un coche se detiene. El ruido del motor es el único que rompe esa calma. Es un coche grande, gris, nuevo. No sé qué modelo es porque no entiendo nada de coches. No me interesa hacerlo tampoco. La vida es demasiado breve para perder el tiempo en todas esas cosas que no te interesan lo más mínimo. La historia de los coches es una de ellas. Sólo me importa que me lleven de un lado a otro, la comodidad. Simplemente. Al dueño de ese coche -un chico más o menos de mi edad, intuyo desde la distancia-, sí parece interesarle. Sale del coche y cierra la puerta. Y luego le da unos golpecitos, como si quisiese señalar lo bien que se ha portado o algo así. Ha puesto sobre él una caja envuelta con papel de regalo. Es una caja enorme. La deja ahí, sobre el coche, unos segundos. Los que tarda en acercarse a uno de los arbustos y ponerse a mear. De vez en cuando, mientras lo está haciendo, da la vuelta y echa un vistazo a la caja que ha colocado sobre el coche. Al regalo. ¿Para quién será?, me pregunto. Termina de mear y coge la caja, vuelve a darle unos golpecitos al coche y abandona el aparcamiento. Se dirige al edificio de al lado, entra el portal. No se encuentra con nadie durante ese breve trayecto. Pero antes de hacerlo, se da la vuelta un par de veces para observar el coche, para comprobar que todo queda en su sitio. ¿De dónde vendrá? ¿Habrá hecho un viaje largo? ¿Quién lo estará esperando? Son las preguntas que se unen a las iniciales: ¿Para quién será ese regalo? ¿Qué habrá en su interior? Se podría escribir una historia para descifrar todas esas incógnitas. La historia de ese hombre y la de la persona a la que va destinado el regalo. ¿Su mujer? ¿Su marido? ¿Su madre? ¿Su amante?   
El sol ha dejado de parecer un sol de mentira, pese a la intensidad de su color, y una mujer que no parece estar de muy buen humor remueve las aguas de la piscina. Y es así, con ese sonido, como el mundo parece recuperar los sonidos habituales.
 

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