martes, 13 de mayo de 2014

La mujer barbuda

Vaya por delante que nunca me ha gustado ni he seguido el Festival de Eurovisión. Los recuerdos que tengo asociados a ese Festival pertenecen a noches locas y lejanas donde Massiel -en La Santa, por supuesto, nuestro Studio 54 particular- cantaba el célebre "La, la, lá" y todos los demás, ya bien cargaditos y eufóricos, con ella. Dicho esto, quiero retroceder en el tiempo. Tengo nueve o diez años. Estoy solo en el patio. Siempre estoy solo. Es la hora del recreo. Estoy sentado en unas escaleras, cerca de los vestuarios donde nos cambiábamos para hacer gimnasia, alejado del resto de los compañeros, que, a esa edad, ya me consideran un ser extraño que no tiene nada que ver con ellos. El marica, claro. Estoy sentado en esas escaleras, solo, leyendo. Lo cierto es que no es una soledad deseada, pero prefiero esa soledad a la compañía de todos esos bárbaros que sólo saben insultar, hablar de pollas y de tetas, y meterse conmigo. De repente, un grupito de esos bárbaros empieza a lanzarme piedras y a insultarme. "Sal de ahí, bujarrón". Y cosas por el estilo. Su repertorio no es muy amplio. Su cerebro, tampoco. No sé qué hacer, ni cómo escapar de allí. Los curas tampoco son de gran ayuda. Nunca lo son cuando los bárbaros hacen de las suyas. Sé que si me encaro a ellos, será peor. Mucho peor. Aguanto como puedo aquel chaparrón de insultos, trato de esquivar las piedras. Algunas me golpean en la cabeza y en la frente. Se ha acabado el recreo. Hay que regresar a clase. Sé que no puedo llorar, aunque tengo muchas ganas de hacerlo. Sé que no puedo llamar a mi madre, aunque es lo único que me apetece. Llamarla para que me saque de allí de una maldita vez.
Cuando pasan un montón de años, descubro que este tipo de experiencias no me ocurrían solamente a mí. En los colegios de curas, solía ser muy habitual esa discriminación. Los bárbaros atacaban. Los curas miraban hacia otro lado. Una mañana de lunes, descubro en los periódicos que una mujer con barba gana ese Festival que a mí no me interesa nada. Y que algunos periódicos aún consideran eso -un chico vestido de mujer o que se siente una mujer- como una trasgresión. ¡Una trasgresión! Y me acuerdo de aquella historia, la de las piedras y los bárbaros. Poco después, leo que la mujer con barba sufrió parecidas humillaciones y que eso, la barba en su rostro, era una especie de rebelión contra todas aquellas injusticias cometidas hacia su persona. No me gusta esa imagen, la de la mujer con barba. No me gustan tampoco las bromas que se hacen a su costa. Pero sí me gustan los motivos por los que se la ha puesto, la barba, junto a su larga melena y su esplendoroso vestido femenino. Entiendo (como miles de personas que también han sufrido ataques de piedras y bárbaros) esa reivindicación. El mundo entero está viendo esa imagen. Quizá Putin la esté viendo también. Y esos curas que sólo saben decir barbaridades. Incluso esa parte del mundo que aún persigue a los homosexuales. Incluso esos padres y esos tíos que dejan de hablar a sus hijos o a sus sobrinos porque les gustan las personas de su mismo sexo. No es una revancha. O sí. Quiero pensar que es una manera de decirle a todo ese mundo que cada uno somos como somos. A veces, por un mundo sin discriminación, creo que aún hay que hacer cosas así. Una mujer con barba. No es una trasgresión. Es una manera de posicionarse. De seguir alzando la voz. Las voces.

1 comentario:

  1. Tu colegio debió ser terrible, lo siento. Yo también pasaba sola la mayor parte de los recreos, leyendo o en la biblioteca del colegio donde la bibliotecaria me conocía y me dejaba siempre entrar y quedarme allí muchas horas. Allí estaban mis verdaderos amigos, los libros, que acompañan siempre cuando más los necesitamos, me transportaban lejos de aquella hostilidad e incomprensibilidad tan palpables a la hora del recreo.
    Mi colegio era mixto y no sé si por eso tal vez sería más fácil resguardarse del tipo de humillaciones que tristemente te tocó vivir. Pero el hecho de no encajar a veces se da simplemente porque eres un poco tímido y prefieres otras cosas diferentes. Por ejemplo la lectura o la escritura, si tu forma de expresarte al hablar difiere de la de la mayoría te consideran raro y es así como llegas a sentir que de verdad eres raro o poco común. Este drama en un niño o adolescente es algo muy duro de llevar aunque se aprende a serlo y creo que a la larga de nuestros sufrimientos salimos fortalecidos. Me hubiera gustado que estuvieras en mi colegio para que así te sintieras tal vez menos solo. :-)

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