jueves, 22 de mayo de 2014

Bajo la sábana azul

Bajo la sábana azul con la que cubrieron mi rostro y parte de mi cuerpo, recorrí Ámsterdam en bicicleta, Manhattan a pie y París en una barquichuela. Lo hice rápidamente, como una película que pasase a gran velocidad por mi cabeza. Sí, más bien se trataba de una película que de un montón de antiguas fotografías agrupadas en torno a los viajes. Una película que pasaba a toda velocidad. En colores vivos para los dos primeros lugares, y en blanco y negro para el tercero. Siempre hacía buen tiempo, eso es seguro. Siempre era primavera allí, bajo la sábana de color azul que cubría mi rostro y parte de mi cuerpo. Y siempre estaba al lado de la misma persona. La enfermera sólo rasgó la sábana a la altura de mi nariz y mi boca. Nunca llegué a abrir los ojos. Todo el tiempo cerrados, sí, mientras duró la operación (dos horas largas). Mejor estar en aquellos lugares que sentir el foco de luz, tamizado por el azul de la sábana. Hacía mucho calor: lo notaba en la frente, en la espalda, en las mejillas, en las manos. A mis oídos, como un leve runrún, llegaban hilos de conversación. En ningún momento les hice demasiado caso. Palabras técnicas que se entrecruzaban en el aire y que no me interesaban lo más mínimo. A esas alturas, ya no estábamos en ninguna ciudad. Caminábamos desnudos por una playa. Se trataba de una playa del Mediterráneo: el mar en calma, el sol que sólo se desvanecía al hacer su aparición la noche. Atardeceres al pie de aquella playa enorme, prácticamente desierta, con una copa en la mano. Otra manera de inventar el paraíso, bajo la sábana azul con la que cubrieron mi rostro y parte de mi cuerpo, el agua del mar alcanzando los pies. No quería pensar en nada más. De hecho, no podía permitirme hacerlo. La anestesia sólo paralizaba parte de mi cuerpo. El resto, tratando de relajarse, permanecía inmóvil. Con todo aquello que danzaba por mi cabeza. Ningún problema a la vista. Ninguna contradicción. Si mi pensamiento derivaba hacia otros lugares, sabía que tendría serios problemas. No conviene perder la calma, abandonar aquella playa en la que, dentro de mi cabeza, tan confortablemente estábamos instalados. Un pensamiento en falso, y -¡zas!- todo se iría al garete. Sólo por un momento perdí la perspectiva y algo violento me devolvió a la realidad. Duró poco, es cierto. Enseguida recuperé la calma y regresé a la orilla de aquel mar. Las aguas templadas acariciando la piel, las pieles. Regresó el rumor del agua, el sabor de la copa, y desaparecieron los hilos de aquella conversación que no me interesaba en absoluto. Palabras técnicas que sólo servían para acelerar mi corazón, avivar la inquietud y el miedo. Ya está, ya ha pasado, pensé. Luego, quizá inesperadamente, se abrió una ventana -pude sentir, bajo la sábana azul que me cubría el rostro, ráfagas de un viento cálido, inequívocamente primaveral- y la vida era ligera de nuevo, la brisa flotaba y se deslizaba como la mejor medicina. Pero ya no sé si eso ocurrió en el interior de mi cabeza o en la realidad. Cuando me quitaron aquella sábana azul que cubría mi rostro y parte de mi cuerpo -continuaba haciendo mucho calor-, aún seguía sin saberlo. Porque, por un instante, no sentí nada. Y recuerdo que esa sensación llegó a reconfortarme.     

1 comentario:

  1. Bajo la sábana verde en mi caso, con una ventanita para mi nariz y mi boca, abierta para la intervención, en un supuesto espacio aséptico, sólo puedo decir que escuché toda la discografía de Los Ronaldos (uno de mis grupos favoritos cuando tenía edad de ser grupie, que ya no la tengo) Así que, cuando voy a revisión me doy una vuelta por Londres y si me tienen que volver a intervenir de lo que sea, me pediré de nuevo la música de Los Ronaldos o, si acaso, la de Coque Malla que ya es un hombre hecho y derecho.

    ResponderEliminar