Pasamos buenos momentos allí. Las cervezas del verano, los vinos de los viernes, las copas de los cumpleaños o de Navidad (cuando mamá vivía y todavía existía ese período), los desayunos con mamá antes o después del paseo. Era un bar pequeño, de esos de toda la vida, con encanto. Lo mejor, sin duda, era la terraza, donde siempre tenías sol. Lo regentaba un matrimonio, Geles y Manolo. Educados, cariñosos, generosos, siempre amables. La vieja escuela de la hostelería, que sigue siendo la mejor escuela. Allí, mientras Íñigo terminaba de trabajar, escribí algunas líneas que hoy están en varios de mis libros. Allí recibí la noticia de las (cinco) veces que quedé finalista del Premio de Poesía Jovellanos. Allí hicimos planes de vacaciones y allí, sin más, dejamos pasar la vida cuando se hacía demasiado complicada y tenías la necesidad de evadirte. Leer un periódico (o ese libro que te acaba de mandar alguna editorial) al sol también es una aconsejable manera de evadirse. Hace unos meses, con el cartel de SE TRASPASA en el cristal, nos contaron que a final de año Manolo se jubilaría y ese final de año ya está aquí. La verja lleva días echada. No tuvimos tiempo de despedirnos, pero estas palabras no son un adiós. Son la constatación de que la buena gente y la profesionalidad también pueden ir de la mano. Y de que la vida, ya de otra manera para todos, continúa. Que os sea propicia, eso es lo que os deseamos, amigos
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