La juventud es una época extraña. Nos sentimos eufóricos, nos sentimos confusos, nos sentimos solos. Buscamos incesantemente. ¿El qué? No lo sé con exactitud. Vista con la perspectiva del tiempo, en la juventud te sientes como la protagonista de la novela de Solvej Balle, 'El volumen del tiempo' (aún no he leído el segundo libro), que está continuamente atrapada en un 18 de noviembre. Luego, de repente, todo pasa a gran velocidad. El tiempo nos arrolla y, a diferencia de lo que le pasa a la protagonista de Balle, las hojas del calendario vuelan de manera indeseada. Vamos envejeciendo, vamos perdiendo. Pero la mente, de momento, no rechaza los recuerdos. Un día abres el periódico y lees que a Robert De Niro le van a dar la Palma de Oro honorífica en el próximo festival de Cannes. Y piensas: qué merecido reconocimiento. Y quieres recordar la primera vez que viste una película suya, pero eso no lo recuerdas. No importa, piensas. Seguro que se trataba de una de aquellas obras maestras que hizo en los 70. Sí, fue así, sin lugar a dudas. En aquellas tardes (con amigas) o noches (con familia o en soledad) de cine en casa, gracias a la televisión o a las cintas de VHS, recién inaugurados aquellos videoclubs que hoy apenas existen. Y luego, las que vinieron después, ya en los cines. De Niro devoraba la pantalla. Aquel magnetismo -psicópata, pícaro, boxeador, mafioso, perdedor, tipo corriente...- deslumbraba. Su atractivo, sin poseer una belleza arrebatadora, también. De Niro con Cybill Shepherd, con Jodie Foster, con Liza Minnelli, con Diane Keaton, con Jane Fonda, con Meryl Streep, con Jessica Lange, con Sharon Stone, con Ellen Barkin (¿dónde estás, Ellen?)... Todos esos personajes siguen ahí. Para que los recuerdes una mañana al leer el periódico o una de esas madrugadas en las que te entran ganas de repasar alguna de sus mejores interpretaciones. Larga vida a quien hizo de nuestra juventud, entre búsquedas y soledades, un lugar mucho más llevadero. Larga vida, Mr. De Niro.
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