jueves, 7 de septiembre de 2023

María Jiménez

La primera imagen que me viene a la cabeza de María Jiménez es la de la artista subida a una mesa, con un cigarrillo en una mano y la otra revolucionando las alturas, la falda arremolinada hasta lo imposible, la melena rubia tapándole media cara y aquel mítico movimiento de piernas en marcha, en bucle. Se acabó. El grito de guerra, la voz desgarrada, el nervio en estado puro. Casi un rugido (o sin el casi). Un torbellino sobre una mesa. Una diosa en lo suyo, que venía de Bambino y de las calamidades de la vida. Un estilo personalísimo, único, que, pese a las magulladuras, desprendía talento, alegría, rabia por vivir. Por estar, por permanecer, por hacerse el hueco merecido. Lo consiguió. Y consiguió hacer de las interminables noches de nuestra juventud un lugar para recordar, y para recodarnos que, pese a todo, aquello merecía la pena. Cuando la vida no iba en serio del todo. Cuántas noches cerrando La Santa, nuestro Studio 54 particular, con aquel terremoto y después a ver quién se iba para la cama. Para la propia, digo. 

Gracias, María. 
Qué año de mierda. 

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