domingo, 12 de junio de 2022

La peluquera de mi abuela

Era la peluquera de mi abuela. Y también la de todas las mujeres del barrio. Era alta, delgada, elegante, rubia y coja. Cosas de la guerra, decía. La peluquería, instalada en su propia vivienda, olía intensamente a toallas recién lavadas, a esmalte de uñas y a laca. Al perfume entremezclado de todas las mujeres que se reunían allí. Risas, revistas, cotilleos. Tendría nueve o diez años, pero lo recuerdo todo perfectamente. La risa de la abuela. Bárbara Rey, vestida de novia, en la portada de aquellas revistas. Las andanzas del vecino de no sé qué calle con otras mujeres que no eran la suya. Si me asomaba a la ventana, podía ver a los mineros que entraban o salían del trabajo. Cuidado con el niño, no vaya a caer. ¿Por qué no te casaste, chica?, le preguntaban aquellas mujeres. Mira Bárbara Rey, qué guapa, apuntaba una mientras señalaba con la mano llena de anillos el bello y jovencísimo rostro de la actriz. Y ella, la peluquera, hacía un gesto con las manos. Les había contado la historia cientos de veces, pero a aquellas mujeres les gustaba escucharla de nuevo. Un clásico: el tipo que le gustaba desde años atrás no le hacía ni caso y todos los que se lo hacían no le gustaban a ella. No hay que ser tan exigente, decía la más atrevida. Quita, quita, replicaba ella embadurnando de tinte caoba a la del tercero, metiendo la cabeza de la del quinto debajo del secador o dándole los últimos retoques a la abuela. Y añadiendo, con retranca antigua, algún comentario subido de tono sobre la anatomía masculina para que todas se rieran. Y se reían, claro. Cuidado con el niño, coño. 

Nos enteramos la otra tarde de su muerte. Y yo he vuelto a recordar estas escenas, como tantas otras veces. 


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