jueves, 21 de marzo de 2019

Cajas de latón

En aquella caja de latón se guardaban fotos. Me gustaba sacar la caja del armario donde la abuela la colocaba cuidadosamente y poner las fotografías encima de la mesa de la cocina. Esta es mamá cuando tenía tu edad, decía la abuela. Y allí estaba mamá, en blanco y negro, con dos largas trenzas y cara de susto. Agarraba a su hermano pequeño, que era un niño guapísimo, de la mano. Había muchas personas en aquellas fotografías que yo no conocía. La abuela, sábado tras sábado, con esa paciencia que sólo mi madre ha heredado, me explicaba todos los detalles. ¿Y éste? ¿Y ésta? Y la abuela repetía cada historia. Ya se sabe que todas las fotografías tienen una historia, por corta o tonta que sea. Y luego cerraba la caja, hasta el siguiente sábado, y me ponía a merendar. Después del bocadillo, una onza de chocolate. Los dedos manchados de marrón, el intenso olor del dulce impregnándolo todo. 
El pasado domingo, en los mercadillos del Fontán, me encontré con una de aquellas cajas. Me acerqué a ella, levanté la tapa y, para mi sorpresa, había una fotografía. Estaba muy borrosa, apenas podía distinguirse nada. Quizá sí, ahora que lo pienso, dos figuras en tonos sepia (¿dos hermanas?, ¿un matrimonio?, ¿un padre y un hijo?), tan devoradas por el tiempo como su propia historia. 

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