Hay algo melancólico en esas luces de Navidad que ya han instalado en algunas calles y que todavía no se encienden a ninguna hora. Una melancolía parecida a la que produce la visión de ese vestido que se compró la mujer que ya no está aquí y que, colgado en el armario (los flecos sobresaliendo por debajo: sí, se trata de un vestido con flecos, con cierto aire de fiesta), no llegó a estrenar. O a la de esa pareja rota que camina ya por lugares muy distintos y que, cuando se encuentran, no tienen nada que decirse porque ya ni siquiera se reconocen.
Hay algo melancólico en todo ello y quizá guarde relación con la melancolía de este domingo de noviembre sin demasiadas sorpresas ni expectativas.
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