sábado, 20 de enero de 2018

San Sebastián

Café recién hecho y pan tostado. A eso huele ahora mismo la casa. Los fines de semana, como soy el único que madruga por aquí, desayuno solo. Varios amigos me recuerdan que hoy es el día de San Sebastián. Y de repente estoy en esa ciudad, probablemente una de las más bonitas del mundo. La última vez que estuvimos allí fue en 2008, viendo a Liza en el Kursaal. Experiencias inolvidables. Refugios que atesora la memoria para mañanas de invierno como esta. Tengo mucho trabajo por delante (lecturas que se acumulan, varias reseñas, darle los últimos toques a mi nuevo libro de cuentos...), pero me detengo en ese recuerdo mientras desayuno tranquilamente. Estoy allí, en San Sebastián, y estoy aquí, en mi cocina. Imágenes de aquel viaje se enredan con palabras que vienen a mi cabeza para utilizar en esos espacios que aún están en blanco. De repente, Íñigo y la gata aparecen por la puerta de la cocina. La misma cara de sueño. Ella maúlla. Y él me pregunta:
-¿Desde qué hora estás despierto?
-Creo que desde el 2008 -le respondo. 
Y lo digo con tal convencimiento que la respuesta no me parece ninguna ironía o exageración. 

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