sábado, 7 de octubre de 2017

Cisnes

Aunque es un lugar bastante transitado, más aún desde que Mafalda se sentó en uno de los bancos que están enfrente, el estanque del Campo San Francisco es uno de esos lugares dentro de la ciudad donde a veces uno va en busca de unos minutos de sosiego, de silencio, de tranquilidad. Te alejas un poco de la entrañable Mafalda, por aquello de las fotos y el trasiego de gente, y tienes la sensación de estar durante unos minutos alejado de los problemas, las decepciones, las dificultades del día a día, que nunca son pocas. Allí, donde el rumor del viento que mece las hojas y el del agua son los únicos sonidos posibles, contemplas la elegante manera en la que los cisnes se deslizan por el estanque. Ese rumor, el del viento y el del agua, y esa visión, la de los cisnes, contribuyen a esos instantes de retiro que andabas buscando. Ahí se detiene todo. También el tiempo. La belleza siempre es más poderosa que cualquier quebradero de cabeza. La belleza le sigue ganando la batalla a tanta fealdad, a tanto griterío, a tanto despropósito. Esto es una verdad, aunque sea una verdad que dure sólo un rato. Ese rato que tanto necesitabas. Y que puede durar, por recordar a Lorca, un minuto o un siglo. 
Leo en el periódico que han llegado nuevos cisnes, dos negros y ocho blancos. Habrá que ir a verlos. 

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